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Pero dígame, ¿cómo ordena usted su material?
-Mediante casilleros, en parte -dijo el señor Casaubon con cierto aire de perplejo esfuerzo.
-¡Ah, pero los casilleros no funcionan! Los he probado, sí, pero todo acaba confundiéndose: jamás sé si un papel está por la A o por la Z.
-Debería dejarme ordenarle los papeles, tío -dijo Dorothea-. Los clasificaría por letras y luego haría una lista de los temas incluidos bajo cada letra.
(6) William Wilberforce (1759-1833), filántropo inglés que se distinguió en la campaña para abolir la esclavitud.
El señor Casaubon esbozó una circunspecta sonrisa de aprobación, y dirigiéndose al señor Brooke le dijo: -Verá que tiene a mano una excelente secretaria. -No, no -dijo el señor Brooke con un gesto negativo de la cabeza. No puedo permitir que las jovencitas toqueteen mis documentos. Son demasiado volubles.
Dorothea se sintió dolida. El señor Casaubon pensaría que habría alguna razón concreta para manifestar esta opinión, cuando el comentario no tenía más peso en la mente de su tío que el ala rota de un insecto ubicada entre los demás fragmentos que en ella pululaban, y siendo tan sólo una corriente fortuita la que hiciera de Dorothea su destinatario.
Cuando las dos jóvenes se encontraron a solas en el salón, Celia observó:
-¡Pero qué feo es el señor Casaubon!
-¡Celia! Es uno de los hombres más distinguidos que jamás he visto. Se parece enormemente al retrato de Locke. Tiene los mismos ojos hundidos.
-¿También tenía Locke esas dos verrugas peludas? -No diría yo que no, cuando le miraran según quiénes -dijo Dorothea alejándose unos pasos.
-Además, tiene un color tan cetrino.
-Pues tanto que mejor. Supongo que tú admiras a los hombres que tienen una tez de cochon de lait.
-¡Dodo! Jamás te he oído hacer una comparación así antes -exclamó Celia, mirándola sorprendida.
-¿Por qué habría de hacerla antes de que surgiera el momento? Es una buena comparación; se ajusta perfectamente. La señorita Brooke se estaba excediendo y Celia así lo manifestó:
-Me extraña que te alteres tanto, Dorothea.
-Es que resulta muy triste, Celia, que consideres a los seres humanos como si fueran meros animales acicalados y nunca veas en el rostro de un hombre que tiene un alma bella.
-¿Tiene el señor Casaubon un alma bella? -preguntó Celia con tono no ausente de malicia ingenua.