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-Por supuesto -dijo el bueno de Sir James-. A la señorita Brooke no se la forzará a dar razones que preferiría mantener en silencio. Estoy seguro de que la honrarían.
No se sentía en absoluto celoso por el interés con el que Dorothea había observado al señor Casaubon; ni se le ocurrió pensar que una joven a la cual estaba considerando proponerle matrimonio, pudiera interesarse por un acartonado ratón de biblioteca cercano a los cincuenta, salvo, por supuesto, por motivaciones religiosas, como clérigo de cierta distinción.
Sin embargo, puesto que la señorita Brooke había entablado una conversación con el señor Casaubon sobre el clero valdense, Sir James se dirigió a Celia y le habló de su hermana, le habló de una casa en la ciudad, y preguntó si a la señorita Brooke le disgustaba Londres. Cuando estaba lejos de su hermana Celia hablaba con soltura y Sir James se dijo para sí que la segunda señorita Brooke era muy agradable además de bonita, si bien no más lista ni sensata que su hermana mayor, como habla quien sostenía. Pensó que había escogido la que era de todo punto superior, y a un hombre, naturalmente, le gusta saber que tendrá lo mejor. Tendría que ser el mismísimo Maworm(7) de los solteros para fingir no esperarlo.
(7) Personaje hipócrita de la obra de Isaac Biskerstaff El hipócrita.
CAPÍTULO II
Cuenta, diosa, lo que ocurrió después que Rafael, al apacible arcángel...
Eva Escuchó atenta este relato y se llenó de admiración y reflexión profunda,
Al oír cosas tan raras y elevadas.
(El Paraíso perdido, L. vil.)
Al señor Casaubon se le había ocurrido pensar en la señorita Brooke como una esposa adecuada para él, ésta ya tenía plantadas en su mente las razones que podrían inducirla a aceptarle, razones que por la tarde del día siguiente habían brotado y florecido. Habían mantenido una larga conversación por la mañana mientras Celia, que no gustaba de la compañía de las verrugas y la palidez del señor Casaubon, se había escapado a la vicaría para jugar con los mal calzados, pero alegres hijos del coadjutor.
Para entonces, Dorothea había buceado en el depósito cencido de la mente del señor Casaubon, viendo allí reflejada en vaga y laberíntica extensión cada una de las cualidades que ella misma aportaba: le había revelado gran parte de su propia experiencia y, a su vez, había sido informada por él de la amplitud de su gran obra, también de extensión atractivamente laberíntica.