Middlemarch, Un estudio de la vida de las Provincias (George Eliot) Libros Clásicos

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Al señor Casaubon le embargó un gozo desconocido (¿a qué hombre no?) ante este irrefrenado ardor juvenil: no le sorprendió (¿a qué novio sí?) ser el destinatario.

-Mi querida joven... señorita Brooke... ¡Dorothea! -dijo, apretándole la mano entre las suyas-, es ésta una felicidad mayor de la que jamás pensara me estuviera reservada. Que pudiera encontrarme con una mente y una persona tan rica en esa mezcla de virtudes como para hacerme desear el matrimonio estaba lejos de mi imaginación. Posee todas, no, más que todas, las cualidades que siempre he considerado como las excelencias características de la mujer. El gran encanto de su sexo es su capacidad para un ardiente y sacrificado afecto, y en él es donde vemos su idoneidad para redondear y completar la existencia del nuestro propio. Hasta el presente he conocido pocos placeres salvo aquellos más áridos; mis satisfacciones han sido las del solitario estudioso. Me he sentido poco inclinado a cortar flores que se ajaran en mis manos, pero ahora las recogeré gustoso para depositarlas sobre su pecho.

Ningún discurso podría haber tenido una intención más honrada: la frígida retórica del foral era tan sincera como el ladrido de un perro o el graznar de un grajo amoroso. ¿No sería precipitado concluir que no había pasión detrás de esos sonetos a Delia que se nos antojan como la leve música de una mandolina?

La fe de Dorothea proporcionó todo aquello que las palabras del señor Casaubon dejaron por decir: ¿qué creyente vislumbra una perturbadora omisión o infelicidad? El texto, tanto si es de profeta como de poeta, se expande hasta admitir lo que queramos introducirle, e incluso su mala gramática es sublime.

-Soy muy ignorante, le asombrará mi ignorancia –dijo Dorothea-. Albergo tantos pensamientos que pueden estar equivocados... y ahora se los podré comunicar todos, y preguntarle por ellos. Pero -añadió con pronta imaginación sobre los probables sentimientos del señor Casaubon-, no le molestaré demasiado; sólo cuando se sienta dispuesto a escucharme. A menudo debe de estar cansado prosiguiendo sus propios temas. Mucho prosperaré con que me acerque usted a ellos.

-¿Cómo podría ahora perseverar en senda alguna sin su compañía? -dijo el señor Casaubon depositando un beso en la cándida frente, y sintiendo que el cielo le había deparado una bendición adaptada en todo a sus especiales necesidades. Se estaba viendo inconscientemente afectado por el encanto de una naturaleza carente por completo de escondidas maquinaciones encaminadas tanto a efectos inmediatos como a fines más lejanos.

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