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Llévese una pareja de pichones míos a cambio, son una preciosidad. Tiene que venir a verlos. Usted no tiene pichones entre sus palomas.
-Está bien, señora, mi marido irá a verlos después del trabajo. Es muy aficionado a las cosas nuevas; así la complacerá a usted.
-¡Complacerme a mí! Será el mejor negocio que haya hecho en su vida. ¡Un par de pichones eclesiásticos por una pareja de malvadas aves españolas que se comen sus propios huevos! ¡Vaya presumiros están hechos usted y Fitchett! El faetón avanzó al son de las últimas palabras, dejando a la señora Fitchett riéndose y moviendo la cabeza con un «¡Claro, claro!», de lo cual se desprendía que hubiera encontrado la campiña más aburrida si la esposa del rector hubiera sido menos lenguaraz y tacaña. Lo cierto era que tanto los granjeros como los trabajadores de las parroquias de Freshitt y de Tipton hubieran sentido una triste falta de conversación de no ser por las historietas referentes a lo que decía y hacía la señora Cadwallader: dama de incomensurable alcurnia, descendiente, por así decirlo, de condes desconocidos, nebulosos como el amasijo de matices heroicos, que esgrimía su pobreza, recortaba precios y hacía chistes de la manera más campechana, pero de una forma que dejaba siempre claro quién era. Una dama así impregnaba de amabilidad vecinal tanto el rango como la religión, y mitigaba los sinsabores del diezmo inconmutado. Una personalidad mucho más ejemplar, con infusiones de agria dignidad, no hubiera mejorado la comprensión de los vecinos sobre los Treinta y nueve Artículos, y hubiera sido menos unificadora socialmente. El señor Brooke, enfocando los méritos de la señora Cadwallader desde diferente punto de vista, dio un pequeño respingo al serle anunciado su nombre en la biblioteca, donde estaba sentado solo.
-Veo que ha tenido aquí a nuestro Cicerón de Lowick -dijo, sentándose cómodamente, aflojándose el echarpe un poco y mostrando una figura delgada, pero bien hecha-. Sospecho que usted y él están tramando malas políticas, de lo contrario no vería tanto a ese animado señor. Informaré en contra de usted: recuerde que ambos son personajes sospechosos desde que apoyaron a Peel en lo de la Ley Católica. Le diré a todo el mundo que se presentará por Middlemarch con los liberales cuando dimita el viejo Pinkerton y que Casaubon le va a ayudar de forma soterrada: sobornando a los votantes con panfletos y abriendo las tabernas para distribuirlos.