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Con frecuencia, cuando uno se cree en posición de hacer suyo el poder,
cualquiera que sea la manera, el despreciar al tirano es ya conspirar
contra él, porque cuando uno es poderoso y, teniendo conciencia de sus
fuerzas, desprecia el peligro, fácilmente se decide a obrar. Muchas veces
los generales no tienen otros motivos para conspirar contra los reyes que
se sirven de ellos. Por ejemplo, Ciro destronó a Astiages, cuya conducta y
cuya autoridad despreciaba, como que había renunciado a desempeñar por sí
el poder, para entregarse a todos los excesos del placer. Seutes el Tracio
conspiró también contra Amódoco, de quien era general. Pueden reunirse
muchos motivos de ese género para determinar las conspiraciones. A veces
la codicia se une al desprecio, de lo cual es un ejemplo la conspiración
de Mitrídates contra Ariobarzanes. Estos sentimientos obran poderosamente
en aquellos hombres de carácter atrevido que han sabido obtener al lado de
los monarcas un elevado cargo militar. El valor, cuando cuenta con el
auxilio de recursos poderosos, se convierte en audacia; y cuando se unen
estos dos motivos de decisión se conspira porque se cree seguro el éxito.
Las conspiraciones por deseos de gloria tienen un carácter distinto
de las que hasta aquí hemos examinado. No desconocen como móviles ni el
afán de inmensas riquezas, ni el ansia de los honores supremos que goza el
tirano, y que tantas veces son ocasión de que se conspire contra él. No
son las consideraciones de este género las que toma en cuenta el hombre
ambicioso al afrontar los peligros de la conspiración. Abandona a los
demás los motivos viles y bajos de que acabamos de hablar; pero así como
se aventuraría a intentar una empresa inútil con tal que le diera renombre
y celebridad, así conspira contra el monarca, ávido, no de poder, sino de
gloria. Los hombres de este temple son excesivamente raros, porque tales
resoluciones suponen siempre un desprecio absoluto de la vida, si llega el