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Por ejemplo, podría ayudarle a usted si consiguiera dar con un amigo de Katrina.
-¿No había dicho usted que no tenía amigos? -dijo el inspector Sims, sorprendido.
-Estaba equivocado -dijo Hércules Poirot-. Tiene un amigo.
Antes de que el inspector pudiera hacer más preguntas, Poirot colgó.
Con expresión grave, se encaminó a la habitación donde la señorita Lemon escribía a máquina. Al acercarse su jefe, la señorita Lemon levantó las manos del teclado y le miró, interrogante.
-Quiero que se imagine usted una pequeña historia -le dijo Poirot.
La señorita Lemon dejó caer las manos en su regazo, en actitud resignada. Le gustaba escribir a máquina, pagar cuentas, archivar y anotar los compromisos de su jefe, y que le pidiera que se imaginase en situaciones hipotéticas le aburría mucho, pero lo aceptaba como una parte desagradable de su trabajo.
-Es usted una muchacha rusa -empezó Poirot.
-Sí -dijo la señorita Lemon, con un aire sumamente británico.
-Está usted sola y sin amigos en este país. Tiene usted razones para no desear volver a Rusia. Está usted empleada como una especie de esclava, enfermera y señorita de compañía de una señora de edad. Es usted humilde y paciente.
-Sí -dijo la señorita Lemon, obediente, pero incapaz de imaginarse a sí misma en actitud humilde ante ninguna señora.
-La anciana le coge cariño a usted. Decide dejarle su dinero y así se lo comunica.
Poirot hizo una pausa.
La señorita Lemon dijo «sí» una vez más.
-Y entonces, la anciana descubre algo. Puede que sea un asunto de dinero, que se haya dado cuenta de que usted no ha sido honrada con ella. O puede que sea más grave todavía: una medicina que tenía un gusto raro, una comida que sienta mal... Bueno, el caso es que empieza a sospechar de usted y escribe a un detective muy famoso... enfin, el más famoso de todos los detectives, ¡a mí! Tengo que ir a visitarla poco después. Y entonces, como dicen ustedes los ingleses, la grasa está en el fuego, el peligro es inminente. Hay que obrar con rapidez. Y así, cuando el gran detective llega, la anciana está muerta. Y el dinero va a parar a usted... Dígame, ¿le parece razonable?
-Muy razonable -dijo la señorita Lemon-. Quiero decir, muy razonable para una rusa. Yo, personalmente, nunca me emplearía de señorita de compañía. Me gusta que mis obligaciones estén bien definidas. Y, naturalmente, nunca se me ocurriría asesinar a nadie.