Cómo crece tu jardín (Agatha Christie) Libros Clásicos

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Poirot suspiró.
-¡Cómo echo de menos a mi amigo Hastings! ¡Tenía tanta imaginación y una mentalidad tan romántica! Bien es verdad que siempre se equivocaba, pero eso en sí mismo era una guía.
La señorita Lemon permaneció en silencio. Ya había oído hablar otras veces del capitán Hastings y no le interesaba el tema. Dirigió una mirada melancólica a la hoja mecanografiada que tenía ante ella.
-¡De modo que le parece a usted razonable! -murmuró Poirot.
-¿A usted no?
-Me temo que sí -suspiró Poirot.
Sonó el teléfono y la señorita Lemon salió de la habitación para contestarlo. Cuando volvió dijo:
-Otra vez el inspector Sims.
Poirot corrió al aparato. Escuchó lo que le decía el inspector y exclamó:
-¿Cómo? ¿Qué dice?
Sims repitió su declaración:
-Hemos encontrado un paquete de estricnina en la habitación de la chica, escondido debajo del colchón. Acababa de llegar el sargento con la noticia. Podemos decir que esto liquida la cuestión.
-Sí -dijo Poirot-. Creo que el asunto está liquidado.
Su voz había cambiado; parecía, de pronto, llena de confianza.
«Había algo que estaba mal -murmuró para sí-. Lo sentí..., no, no lo sentí. Debe haber sido algo que vi. En avant, pequeñas células grises. Meditad, reflexionad. ¿Era todo lógico, estaba todo en orden? La chica, su ansiedad respecto al dinero... la señora Delafontaine; su marido... su referencia a los rusos... una imbecilidad, pero bueno, él es un imbécil; la habitación... el jardín..., ¡ah! Sí, el jardín.»
Se enderezó muy rígido. En sus ojos apareció la luz verde. Se puso en pie de un salto y se dirigió a la habitación contigua.
-Señorita Lemon, ¿tiene usted la bondad de dejar lo que está haciendo y hacer una investigación?
-¿Una investigación, monsieur Poirot? No creo que valga la...
Poirot la interrumpió.
-Dijo usted un día que conocía muy bien a los comerciantes.
-Desde luego que sí -dijo la señorita Lemon con seguridad en sí misma.
-Entonces el asunto es sencillo. Tiene usted que ir a Charman´s Green y encontrar a un pescadero.
-¿A un pescadero? -preguntó la señorita Lemon, sorprendida.
-Exacto. El pescadero que servía el pescado a Rosebank. Cuando lo encuentre usted, le preguntará una cosa.
Poirot le entregó un papel. La señorita Lemon lo cogió, leyó lo que había escrito en él sin mostrar interés, hizo una señal de asentimiento y cubrió la máquina con su correspondiente funda.
-Iremos juntos a Charman´s Green -dijo Poirot-.

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