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¿Por qué todas estas
formalidades?
- Creo que no se da usted cuenta, señor Boynton, de que, en los casos en los que se
dan muertes súbitas e inexplicables, las formalidades son necesarias.
- ¿Qué quiere decir con eso de muertes «inexplicables»? - dijo Lennox con aspereza.
Poirot se encogió de hombros.
- Siempre hay que tener en cuenta una cuestión: ¿se trata de muerte natural o
puede haber sido un suicidio?
- ¿Suicidio? - Lennox Boynton lo miró fijamente.
Poirot dijo en tono ligero:
- Usted es, por supuesto, la persona que mejor sabrá decirnos si existe esa
posibilidad. Como es lógico, el coronel Carbury no sabe qué hacer. Es él quien tiene
que decidir si hay que ordenar una investigación, una autopsia, y todo lo demás. Como
yo estaba casualmente aquí y tengo mucha experiencia en estos casos, me pidió que
indagara un poco y le aconsejara en este asunto. Por supuesto, el coronel no desea
causarles ninguna molestia, si puede evitarse.
Irritado, Lennox Boynton replicó:
- Pienso telegrafiar a nuestro cónsul en Jerusalén.
- Tiene usted derecho a hacerlo - replicó Poirot con indiferencia.
Hubo una pausa. Después Poirot separó las manos y dijo:
- Si no desea contestar a mis preguntas...
- No, no tengo inconveniente - se apresuró a contestar Lennox -. Lo que ocurre es
que todo esto me parece innecesario.
- Lo comprendo. Lo comprendo perfectamente. Pero, en realidad, todo es muy
sencillo. Simple rutina, como se suele decir. Así pues, señor Boynton, la tarde en que
murió su madre tengo entendido que abandonó usted el campamento y fue a dar un
paseo.
- Sí. Salimos todos, menos mi madre y mi hermana menor.
- ¿Su madre estaba entonces sentada a la entrada de la cueva?
- Sí, justo a la entrada. Se sentaba allí todas las tardes.
- Entiendo. ¿A qué hora salieron?
- Poco después de las tres, me parece.
- ¿Y a qué hora regresaron?
- La verdad es que no lo recuerdo. Quizá las cuatro, o las cinco.
- ¿Unas dos horas después de haberse marchado?
- Sí, creo que sí.