Diez negritos (Agatha Christie) Libros Clásicos

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Tony Marston, pasando como una tromba por el pueblecito de Mere, pensaba:
«¡Es espantoso el número de bañistas que se arrastran por los caminos y os impiden desfilar! ¡Es el colmo que circulen por el centro de la calzada! ¡Así se hace imposible conducir un auto en Inglaterra! ¡Habladme de Francia, donde realmente se puede correr a gran velocidad!»
¿Sería preciso detenerse allí para tomar un refresco o proseguiría su camino? Tenía aún mucho tiempo y sólo le faltaba por recorrer un centenar de kilómetros. Pediría una ginebra y una gaseosa... ¡Qué calor más sofocante! Iría a divertirse en aquella isla, si persistía el buen tiempo. Pero ¿quiénes serían esos Owen?, se preguntaba Tony Marston. ¡Probablemente unos infectos nuevos ricos!
¡Con tal que tuvieran una buena bodega! Nada es seguro en las casas de los ricos improvisados. Lástima que estos rumores concernientes a la compra de la isla por Gabrielle Turl no tuviesen fundamento. Era preferible juntarse a los adoradores de la hermosa artista. Quizá también se encontrarían algunas lindas muchachas entre los invitados de los Owen. Salió del mesón, estiró las piernas, los brazos, bostezó, contempló el cielo azul y subió de nuevo en su «Daimler».
Varias muchachas le observaban. Su alta estatura (un metro ochenta), sus cabellos rizados, su bronceada faz y sus ojos azules intenso, suscitaban la admiración.
Se apoyó sobre la palanca, rugió el motor y el auto trepó de un brinco la estrecha calleja. Las viejas mujeres y los chicos de la escuela se apartaban a su paso como medida de precaución y los pilluelos, subyugados, se desviaban del camino para seguir con los ojos al soberbio auto.
Anthony Marston continuaba su marcha triunfal.


Mister Blove viajaba en el tren ómnibus que venía de Plymouth. En su departamento tan sólo se encontraba otra persona, un señor viejo con trazas de marino y ojos legañosos. Entonces dormía.
Mister Blove escribía con cuidado en un pequeño cuaderno de notas.
-Esta vez mi lista está completa: Emily Brent, Vera Claythorne, doctor Armstrong, Anthony Marston, el viejo juez Wargrave, Philip Lombard y el general MacArthur, C.M.G. , D.S.O. . El criado y su mujer: mister y mistress Rogers.
Cerró su cuaderno de notas y lo guardó en su bolsillo. Echó una mirada hacia el rincón donde dormía su compañero de viaje.
-Contaba uno de más -dijo muy bajo.
Reflexionó un instante y terminó:

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