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Tras ellos estaban los mozos de las maletas.
Uno de ellos llamó:
-¡Jim!
El chófer de uno de los taxis estacionados se adelantó y preguntó con el dulce acento de Devon:
-¿Van ustedes, sin duda alguna, a la isla del Negro?
Cuatro voces respondieron afirmativamente, y los viajeros se miraron entre sí. El chófer se dirigió al de más edad, que era el juez Wargrave.
-Tenemos dos taxis a su disposición. Uno de ellos debe esperar el tren ómnibus que viene de Exeter dentro de cinco o seis minutos, pues otro señor llegará en ese tren. Quizás alguno de ustedes quiera esperar un poco, y de esa forma no irán tan apretados en el coche.
Vera Claythorne, comprendiendo su deber de secretaria, se apresuró a contestar:
-Yo esperaré, si quieren.
Su mirada y su voz ligeramente autoritarias dejaban entrever la clase de su trabajo. Empleaba el mismo tono que si diese órdenes a sus alumnos en un partido de tenis.
Miss Brent dijo secamente:
-Gracias.
El chófer había abierto la portezuela del taxi, y ella entró la primera, el juez la siguió. El capitán Lombard se atrevió.
-Esperaré con miss...
-...Claythorne -terminó Vera.
-Yo me llamo Lombard, Philip Lombard.
Los mozos apilaron sobre el taxi las maletas, y desde su interior el juez dijo amablemente:
-Tenemos un tiempo espléndido.
-En efecto.
«Un señor muy viejo, pero muy distinguido -pensó-. Completamente diferente de las personas que se encuentran en las pensiones familiares de las playas baratas. Es evidente que los señores Oliver conocen la gente del gran mundo.»
El juez Wargrave preguntó:
-¿Conoce usted esta región de Inglaterra?
-Conozco Cornualles y Torquay, pero es mi primera visita a esta región de Devon.
El juez añadió:
-No importa, tampoco yo conocía esta región.
El taxi se alejó.
El chófer del otro coche preguntó a los dos viajeros que quedaban:
-¿Quieren ustedes sentarse en el coche en tanto esperan?
Vera respondió con voz autoritaria:
-De ninguna manera.
Mister Lombard sonrió y dijo:
-Este sitio soleado me gusta mucho, a menos que usted prefiera entrar en la estación.
-¡Ah!, no, gracias. ¡Se siente uno tan dichoso de no estar en esos vagones recalentados!
-Es cierto; viajar en tren con esta temperatura es lo más desagradable que hay.
Vera añadió, por decir algo:
-Esperemos que esto dure. Hablo del tiempo. ¡El verano en Inglaterra reserva muchas sorpresas!
Lombard hizo una pregunta desprovista de originalidad: