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Sus miembros, anquilosados por el largo viaje en auto, se normalizaban. Muy pocas ideas le atormentaban. Era un ser lleno de acción y sensaciones.
Pensaba. «Lo tomaremos con calma», y volvió a no pensar en nada. El agua caliente... su cuerpo fatigado... se afeitaría, tomaría un aperitivo... comería... ¿Y después?
Mister Blove se hacía el nudo de la corbata.
Este ejercicio no le gustaba.
¿Tenía buena presencia?
Podía pasar.
Nadie le había demostrado simpatía. Rara manera que tenían los demás de mirarse de reojo... como si supieran....
El tenía que estar a la altura de las circunstancias.
A toda costa tenía que llevar a cabo la tarea que le habían encomendado.
Alzando los ojos vio la canción de cuna en el cuadro encima de la chimenea.
¡Buena idea habían tenido al ponerla allí...!
Pensó: «Me acuerdo haber estado aquí de pequeño. No hubiese creído nunca que volvería con un encargo tal... Afortunadamente no se sabe el porvenir.»
El general MacArthur reflexionó: «Todo esto empieza a molestarme, no esperaba semejante recibimiento.»
De buena gana hubiese inventado un pretexto para marcharse y enviarlo todo a paseo, pero la canoa automóvil había regresado al pueblo.
Al general le era, pues, forzoso quedarse en la isla.
El llamado Lombard le parecía un tipo extraño. Hubiera jurado que era falso como Judas.
Al primer golpe de batintín Philip Lombard salió de su habitación. Con pasos silenciosos y ágiles como los de una pantera, bajó la escalera. Tenía algo de felino. Su traza evocaba a una bestia feroz, pero simpática.
Se sonreía para sí.
¿Una semana?
¡Sí, aprovecharía esta semana!
En su dormitorio Emily Brent, vestida con un traje de seda negra, esperaba la hora de cenar leyendo su Biblia.
Repetía a media voz las palabras del texto.
«Los paganos están precipitados al abismo que ellos mismos habrán cavado; en el cepo que han ocultado se cogerán el pie. El señor se dará a conocer el día del Juicio Final. El pecador en sus propias redes caerá y será arrojado al infierno.»
Se mordió los labios y cerró la Biblia.
Se levantó; prendió en su corpiño un broche de cuarzo y bajó a cenar.
3
La cena estaba terminada.
Los platos habían sido excelentes, los vinos exquisitos, Rogers había servido la mesa admirablemente.
Todos estaban de buen humor y las lenguas empezaban a desatarse.