Diez negritos (Agatha Christie) Libros Clásicos

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El juez Wargrave, dulcificado por el delicioso vino de oporto, era espiritual e irónico; el doctor Armstrong y Tony Marston le escuchaban con placer.
Miss Brent hablaba con el general MacArthur; habían encontrado amigos comunes. Vera Claythorne le sometía a mister Davis cuestiones pertinentes al África del Sur, tema que mister Davis conocía a fondo.
Lombard seguía esta conversación. Una o dos veces levantó los ojos bruscamente y sus párpados se encogieron. De vez en cuando miraba discretamente alrededor de la mesa y estudiaba a los otros comensales.
De repente Marston exclamó:
-Son raras estas estatuillas, ¿verdad?
En el centro de la mesa redonda, sobre una bandeja de cristal estaban colocadas unas figurillas de porcelana.
-Negros -dijo Tony-. La isla del Negro. De ahí es de donde viene la idea, supongo.
Vera se inclinó hacia delante.
-En efecto, es divertido. ¿Cuántos son? ¿Diez?
-Sí... hay diez.
Vera exclamó:
-Son graciosos. Son los diez negritos de la canción de cuna; en mi cuarto está en un cuadro, suspendido sobre la chimenea.
-En mi cuarto también -dijo Lombard.
-En el mío también.
-Y en el mío.
Todo el mundo hizo coro.
-La idea no es vulgar -dijo Vera.
El juez Wargrave gruñó:
-Decid mejor es infantil.
Después se sirvió oporto.
Emily Brent lanzó una mirada a Vera, que respondió con una inclinación de cabeza y las dos se levantaron. Hasta el salón con las ventanas abiertas que daban sobre la terraza, les llegaba el ruido de las olas rompiendo en las rocas.
-Me encanta escuchar el murmullo del mar -indicó Emily Brent.
-A mí me horroriza -contestó Vera con voz seca.
Miss Brent le miró sorprendida. Vera enrojeció y añadió conteniendo su emoción:
-No será agradable estar aquí un día de tempestad.
-La casa debe de estar cerrada durante el invierno -dijo miss Brent-. Los criados rehusarán quedarse aquí.
Vera murmuró:
-No importa la época; debe ser difícil encontrar personas que quieran vivir en una isla.
Emily Brent hizo esta reflexión:
-Mistress Oliver puede sentirse contenta de haber encontrado este matrimonio de servidores; la mujer es una excelente cocinera.
«Es fantástico la forma con que estas solteronas equivocan los nombres», pensó Vera.
Y añadió con voz clara y lenta:
-Tiene suerte mistress Owen, verdaderamente.
Emily Brent sacó de su bolso una labor de punto y en el momento que cogía las agujas se detuvo y preguntó a su compañera:
-¿Owen? ¿Ha dicho usted Owen?

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