Diez negritos (Agatha Christie) Libros Clásicos

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El criado se secó el sudor de la frente con un pañuelo y declaró con franqueza:
-No he hecho más que obedecer órdenes.
-¿Qué ordenes?
El juez Wargrave insistió:
-Esclareceremos un poco esto. ¿Qué órdenes le ha dado exactamente mister Owen?
-Me dijo que pusiera un disco en el gramófono, que este disco lo encontraría en el cajón y mi mujer pondría el gramófono en marcha cuando yo sirviese el café en el salón.
-Esta historia me parece extraordinaria -murmuró el juez.
-Es cierto, señor, lo juro. No me pareció raro porque el disco llevaba una etiqueta y yo creía que era música como los demás.
Wargrave miró a Lombard, preguntándole:
-¿Había una etiqueta en ese disco?
Lombard asintió con la cabeza y rió burlonamente descubriendo sus dientes blancos y puntiagudos.
-Es exacto, señor, ese disco lleva el título: El canto del cisne.
El general MacArthur estalló colérico:
-Todo esto es grotesco, estúpidamente grotesco; ¿qué idea han tenido al lanzar acusaciones tan monstruosas contra nosotros? Es preciso avisar sin demora a mister Owen o quien sea.
Miss Brent le interrumpió:
-Pero ¿quién es ese señor? He aquí la cuestión -dijo con aire indignado.
El juez meditó. Expresóse con la autoridad que le había conferido una vida entera pasada en los tribunales.
-Ante todo interesa esclarecer este detalle. Rogers, llévese a su mujer a su habitación y que se acueste. Luego, vuelva en seguida.
-Bien, señor.
-Espere que le ayude, Rogers -añadió el doctor.
Apoyada en los dos hombres, mistress Rogers salió vacilante de la estancia.
Cuando hubieron salido, Tony Marston dijo:
-No sé si opinará lo mismo que yo, pero voy a beber una copita de licor.
-Yo también -añadió Lombard.
-Voy a ver si descubro por ahí algunas botellas -dijo Tony alejándose.
Unos instantes después, ya estaba de vuelta.
-Ya las tengo, las descubrí en una bandeja cerca de la puerta, nos estaban esperando.
Las puso delicadamente sobre la mesa y llenó los vasos. El juez y el general se hicieron servir un buen whisky. Todos necesitaban un estimulante; sólo Emily Brent pidió un vaso de agua.
El doctor reapareció en el salón.
-Está mucho mejor. Le he dado un sedante para que descanse. ¿Están ustedes bebiendo? Les imitaré muy gustoso.
Los hombres llenaron por segunda vez sus vasos.
Unos minutos después volvió Rogers.
El juez se encargó de continuar el interrogatorio.
Pronto el salón se transformó en un tribunal improvisado.

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