Diez negritos (Agatha Christie) Libros Clásicos

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-¿Cree usted que él mismo se habría echado el veneno? -indicó Lombard.
-Eso parece -respondió Armstrong sin gran convicción.
-¿Entonces es un suicidio? -preguntó Blove-. He ahí una cosa rara.
-Jamás habría creído -murmuró lentamente Vera- que un hombre tan jovial y tan vigoroso pensara suicidarse. Cuando esta tarde llegó en su coche, parecía como... un... oh, ¡no sabría explicarlo!
Pero todos adivinaron la idea que quería expresar. Anthony Marston, en la flor de su juventud, les produjo la impresión de un ser sobrenatural y ahora estaba allí, inerte en el suelo.
-¿Ven ustedes alguna otra hipótesis que la del suicidio? -preguntó Armstrong.
Nadie contestó. No acertaban a darse ninguna explicación. Nadie había descubierto nada, todos vieron cómo él se sirvió el whisky; pareció lógico, pues, que si había cianuro en su bebida, fuera él mismo quien lo había echado.
Y sin embargo..., ¿qué motivos tenía Anthony Marston para querer morir?
Blove observó pensativamente:
-Doctor, todo esto me parece increíble. Marston no era del tipo de los que se suicidan.
-Lo mismo pienso yo -añadió Armstrong.


Las cosas quedaron así. ¿Qué más podían hacer?
Entre Armstrong y Lombard transportaron el cuerpo de Marston a su cuarto y lo taparon con una colcha.
Cuando descendieron, los otros formaban un grupo y sentían frío a pesar de lo templado de la noche.
-Haremos bien en acostarnos, ya es muy tarde -dijo miss Brent.
El consejo estaba acertado, pues era ya más de medianoche; sin embargo, todos esperaban, parecía que nadie quería abandonar la reunión, como si buscasen un consuelo con su compañía.
Fue el juez Wargrave el que primero habló:
-Es cierto que todos tenemos necesidad de dormir.
-Todavía no he levantado la mesa -protestó Rogers.
Lombard ordenó:
-Ya hará mañana ese trabajo.
-¿Se siente mejor su mujer? -preguntó el doctor.
-Subo a verla, señor.
Al cabo de unos minutos volvió.
-Está durmiendo, señor.
-Muy bien -dijo-, no la despierte.
-No, señor; voy a arreglar el comedor, cerraré las puertas con llave y en seguida me acostaré.
A su pesar los invitados se fueron a sus habitaciones. Si hubiesen estado en una vieja casona con las escaleras y los suelos cimbreantes, con rincones llenos de sombras por todas partes y paredes artesonadas y oscuras, hubiesen podido sentir siniestros temores, pero no se encontraban en tal caso.
En esta vivienda ultramoderna, exenta de oscuros rincones, con luz eléctrica derramada a chorros, todo era nuevo, brillante, resplandeciente, nada podía esconderse de malo, faltaba por completo el ambiente de los viejos caserones atormentados.

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