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Tres o cuatro años después, su mujer murió de pulmonía.
Todo esto era muy lejano... quince años... quizá dieciséis.
Se retiró del ejército para irse a la región del Devon, donde compró una casita, el sueño de su vida.
Simpáticos vecinos, bonito paisaje, caza y pesca.
El domingo asistía a los oficios (a excepción del día en que el pastor leía en la Biblia aquel pasaje en donde David envía a Urías en primera fila entre sus guerreros).
No, esto era demasiado fuerte para él; ese trozo le turbaba en extremo.
Todo el mundo, al principio, le trataba con amabilidad... después sintió la impresión de que se hablaba de él... Las gentes le miraban de reojo, como si les hubiese robado algo.
Los rumores crecían... Supuso que Armitage habría hablado.
Evitó la gente y se encerró en un mundo creado por él, sólo para sus pensamientos y recursos. Prescindió hasta de sus viejos camaradas.
Los hechos y los recuerdos se iban esfumando.
Leslie se desvanecía en un pasado lejano, lo mismo que Richmond. ¡Qué importaba ya todo esto, actualmente!
Pero esta noche sintió una inquietud en su espíritu al oír la voz... aquella voz que parecía de ultratumba, al decir la verdad.
¿Había adoptado una actitud adecuada?
¿Sus labios se habían estremecido?
¿Supo expresar su indignación y su disgusto... o le traicionó su confusión, su culpabilidad?
¡Qué asunto más embarazoso!
Seguramente ninguno de los invitados tomó en serio esta acusación. La voz había proferido toda clase de enormidades, a cual más inverosímil.
Por ejemplo, ¿no había reprochado a aquella encantadora joven el haber ahogado a un niño? ¡Disparates! ¡Un monomaniaco que sentía el placer de acusar a los demás a troche y moche!
Emily Brent, la sobrina de su viejo compañero de armas, Tom Brent, estaba acusada, como él, de homicidio. Saltaba a la vista que esta mujer era una persona piadosa, siempre metida en la iglesia.
¡Qué asunto más estrafalario! ¡Una verdadera locura!
El general se preguntaba cuándo podría abandonar la isla del Negro. Mañana, seguramente, cuando la canoa automóvil llegara a la costa...
¡Bravo...! En ese preciso momento no deseaba sino salir de aquella isla... abandonar la casa con todos sus disgustos. Por la ventana abierta le llegaba el ruido de las olas rompiendo en el acantilado, más fuerte ahora que al caer la tarde. Ahora paulatinamente se levantaba el viento.
El general pensaba:
«Ruido monótono... paisaje apacible.