Página 43 de 121
«Todas son iguales», y continuó:
-Puede ser; de todas formas, ni Rogers ni su mujer se creían en peligro hasta anoche que se descubrió el enredo. ¿Qué pasó entonces? La mujer se desvaneció y perdió el conocimiento. ¿Se fijaron ustedes en el cuidado que tuvo su marido en no dejarla cuando volvió en sí? Había algo más que solicitud conyugal. Temía que revelase sus secretos. Y he ahí donde estamos. Los dos han cometido un crimen, y ahora, si se les descubría, ¿qué pasaría? Pues hay nueve posibilidades contra diez de que la mujer se delatara; no tendría valor para seguir mintiendo hasta el final, y ello era un peligro para su marido; y éste tiene valor suficiente para callar para siempre, pero no se fía de su mujer. Si ella hablaba, él corría el riesgo de ser ahorcado. ¿Qué cosa más natural que poner un veneno en la taza de té y cerrar así para siempre la boca de su mujer?
-Pero ¡si no había ninguna taza vacía en el cuarto! Me aseguré yo mismo -objetó el doctor.
-Eso es lo natural -dijo Blove-. En cuanto tomó el brebaje, el primer cuidado del marido fue llevarse la taza y el platillo comprometedores y lavarlos, seguramente.
Hubo una pausa y fue el general MacArthur el que habló después.
-Me parece imposible que un hombre pueda obrar así con su mujer.
-Cuando un hombre siente que su vida peligra, el cariño nada tiene que ver -respondió Blove.
En este momento la puerta se abrió y entró Rogers. Mirando la mesa y a los invitados les preguntó:
-¿Quieren que les sirva alguna otra cosa? Perdónenme si no había bastante asado, pero nos queda muy poco pan y el de hoy todavía no lo han traído.
-¿A qué hora suele venir la canoa? -preguntó el juez.
-De siete a ocho, señor. A veces, pasadas las ocho. Me pregunto lo que le habrá pasado a Fred, pues si estuviera enfermo enviaría a su hermano.
-¿Qué hora es, pues? -preguntó Lombard.
-Las diez menos diez, señor.
Philip Lombard movió ligeramente la cabeza. Rogers esperó un instante.
Bruscamente, el general le dijo con voz emocionada:
-Siento muchísimo lo ocurrido con su mujer. El doctor nos lo acaba de contar.
-Ya ve, señor... se lo agradezco mucho. Llevóse la fuente del jamón, ya vacía, y salió del comedor.
De nuevo se hizo el silencio.
Fuera, en la terraza, Philip Lombard decía: