Diez negritos (Agatha Christie) Libros Clásicos

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-En cuanto a esa canoa...
Blove le miró; bajando la cabeza dijo:
-Adivino su pensamiento, mister Lombard, yo me he preguntado lo mismo; la canoa hace más de dos horas que debiera estar aquí y aún no ha llegado. ¿Por qué?
-¿Usted encuentra una explicación?
-No es un accidente; oiga lo que pienso. Creo que esto forma parte de la mise en scene. En este asunto todo es probable.
-Entonces, ¿usted cree que no vendrá ya? -añadió Lombard.
Tras él una voz... impaciente decía:
-La canoa no vendrá.
Blove volvióse ligeramente y percibió al que acababa de proferir esta frase.
-Entonces, mi general; ¿usted también duda de que venga?
-Seguro que no vendrá; todos contamos con esa barca para abandonar la isla del Negro, pero ¿quiere saber mi opinión? Pues que no nos marcharemos de esta isla. Ninguno de nosotros saldrá de ella. Esto es el fin...¿me comprenden...? ¡El fin de todo!
Dudó un momento y añadió con voz extraña:
-Disfrutamos de la paz... sí, de una paz dura.... llegar al final del viaje... no más inquietudes... la paz...
Dio media vuelta y se alejó por la terraza hacia la cuesta que conducía al mar... en la extremidad de la isla donde las rocas se despegan y a veces caían al mar. Andaba como si estuviese adormecido.
-Uno que está ya medio loco -exclamó Blove-. Creo que todos vamos a perder la cabeza.
-Me parece que usted no la pierde -rectificó Lombard.
El ex inspector se echó a reír.
-Me hacen falta muchas cosas para enloquecerme, y apuesto a que usted no sucumbirá a la demencia colectiva.
-Por ahora me encuentro sano de cuerpo y espíritu -añadió Lombard.


El doctor Armstrong se fue a la terraza, estuvo allí un momento indeciso. A su izquierda se encontraba Blove y Lombard, a la derecha, Wargrave se paseaba meditabundo. Al cabo de un instante, el doctor se volvió hacia el juez, pero en aquel momento Rogers salía de prisa de la casa.
-Doctor, ¿podría hablarle unas palabras tan sólo?
Armstrong se volvió, y parecía sorprendido de la expresión del criado. Este tenía la faz verdosa y temblorosas las manos. El contraste entre la reserva de antes y su emoción actual era tan chocante, que el doctor quedó estupefacto.
-Doctor -insistió-, tengo absoluta necesidad de hablarle. ¿Quiere usted que entremos en la casa?
Penetraron en ella.
-Pero ¿qué le pasa, Rogers? Tranquilícese usted.

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