Diez negritos (Agatha Christie) Libros Clásicos

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-Quería consultarle.
-Pero, querido doctor, ¡no sé nada de medicina!
-No, tranquilícese usted; se trata de nuestra situación actual.
-Eso es diferente, entonces.
-Francamente, dígame lo que usted piensa.
Después de reflexionar un breve instante, Lombard respondió:
-Lo cierto es que la situación es difícil, y me pregunto cómo saldremos de ella.
-¿Cuál es su opinión sobre la muerte de esa mujer? ¿Acepta la explicación del marido?
Philip lanzó al aire una bocanada de humo y objetó:
-Sus explicaciones me parecieron bastante naturales... siempre que no haya pasado otra cosa.
-Eso es lo que me hace pensar precisamente.
Armstrong tuvo una gran satisfacción al ver que había consultado a un hombre sensato.
Lombard continuó:
-Al menos admitiendo que hayan cometido un crimen y de él se hayan aprovechado con tranquilidad. ¿Y por qué no? ¿Les supone usted premeditados envenenadores de su ama?
El doctor respondió lentamente:
-Las cosas han podido suceder más fácilmente todavía. Esta mañana pregunté a Rogers qué enfermedad sufría miss Brady. Y con sus respuestas me abrió distintas perspectivas. Inútil perderse en largas consideraciones médicas. Sepa usted tan sólo que en varias enfermedades cardíacas se emplea como medicamento nitrato amílico; en el momento de la crisis se rompe una ampolla de este producto y se le hace respirar al enfermo. Si se olvida de colocársela debajo de las narices, las consecuencias pueden ser fatales.
-¡Es bien sencillo todo esto! La tentación era demasiado fuerte.
-Evidentemente, no había que hacer nada comprometedor. ¡Sólo se trataba de no hacerlo! Y para que viesen su cariño para con su señora, en una noche tormentosa salió a buscar un médico.
-Y aunque hubiesen sospechado, ¿qué pruebas podían invocar contra ellos? Eso explicaría muchas cosas.
-¿Cuáles? -preguntó curioso Armstrong.
-Los sucesos que ocurren en esta isla del Negro. Ciertos crímenes escapan a la justicia humana. Por ejemplo: el asesinato de miss Brady por el matrimonio Rogers. Otro ejemplo, el viejo juez Wargrave ha matado sin traspasar los limites de la ley.
-Entonces, ¿usted cree completamente esa historia?
-Jamás he dudado -añadió Lombard, sonriendo-. Wargrave mató a Seton tan seguro como si le hubiese clavado un puñal en el corazón, pero tuvo el acierto de hacerlo desde un sillón de magistrado, cubierto con su peluca y revestido de su toga. Desde luego, siguiendo los procedimientos ordinarios, este crimen no podría imputársele.
Como un rayo de luz traspasó el cerebro del doctor.
¡Muerte en el hospital, muerte en la sala de operaciones, la justicia es impotente delante de sus actos!

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