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Desdeñosamente repuso miss Claythorne:
-Ustedes también buscaron por todas partes para encontrar el revólver... sin resultado. Sin embargo, el arma no ha desaparecido de la isla.
Lombard murmuró:
-¡Caramba! Hay gran diferencia de tamaño entre un revólver y un hombre.
-Poco importa -repitió Vera-, tengo la seguridad de no equivocarme.
Observó Blove:
-Nuestro hombre se ha traicionado en esta canción, hubiera podido modificar algo.
-¡No se dan cuenta de que tratamos con un loco! Es insensato el cometer crímenes siguiendo las estrofas de una canción de cuna. El hecho de disfrazar al juez con una cortina roja, de matar a Rogers en el momento en que cortaba leña, envenenar a mistress Rogers para que no se despertase más, de poner una abeja en la habitación cuando miss Brent estaba muerta, creo no son sino crueles juegos de niños. ¡Es preciso que todo concuerde!
-En efecto -aprobó Blove. Reflexionó un minuto y siguió diciendo-: En este caso la isla no tiene colección zoológica para ajustarse a la estrofa siguiente. Tendrá que buscarla para conseguir sus fines.
La joven les gritó:
-¡Ustedes no saben nada! El zoo, la colección zoológica... ¡somos nosotros! Ayer noche no teníamos nada de seres humanos, se lo aseguro... ¡Nosotros formamos el parque zoológico!
Pasaron la mañana sobre las rocas del acantilado dirigiendo por todas partes, con un espejo, los rayos del sol hacia la costa. Nadie parecía ver sus señales; en todo caso, no respondían. El tiempo era bueno, una ligera niebla flotaba. A sus pies el mar rugía con sus olas gigantescas.
Ningún barco aparecía en el horizonte.
Hicieron un nuevo registro por la isla sin resultado.
Vera miró hacia la casa y no pudo por menos de exclamar:
-Estamos mejor aquí, al aire libre, que en la casa. No debemos volver a ella.
-Su idea es excelente -observó Lombard-. Aquí estamos más seguros, pues vemos si alguien sube y nos quiere atacar.
-Quedémonos aquí -concluyó Vera.
-Me parece muy bien -observó Blove-. Pero tendremos que ir esta noche a dormir.
-Esta idea me horroriza -dijo Vera, estremeciéndose-. No podría soportar otra noche como la que acabamos de pasar.
-No tenga miedo -le consoló Lombard-. En cuanto esté usted encerrada se sentirá segura.
Vera murmuró no muy tranquila aún:
-Quizá sí... ¡Es muy agradable volver a ver el sol!
«¡Qué raro! Estoy casi contenta y sin embargo sigue el peligro. Será por el aire que me da fuerzas.