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Y ahora llega el último acto del drama. Salí del escondite y quité la silla, poniéndola contra la pared.
Cogí el revólver que la joven había dejado caer en la escalera, teniendo cuidado de no borrar sus huellas digitales.
Ha terminado mi misión, voy a introducir estas páginas en una botella y confiarla al mar. ¿Por qué?
Ambicionaba cometer un crimen misterioso que dejase al autor en el anónimo.
Pero todos los artistas tienen sed de gloria. También yo siento esa necesidad de dar a conocer a mis semejantes mi astucia y mi ingenio haciendo esta confesión.
Conservo la esperanza de que el misterio de la isla del Negro continúe insoluble. Puede ser que la policía demuestre más inteligencia de la que creo. No tendría nada de extraordinario que sacasen la consecuencia que uno de los diez cadáveres no ha sido asesinado. Además, la señal que dejará en mi frente la bala del revólver, ¿no es el signo de Caín?
Me queda poco que decir. Después de haber lanzado la botella al mar subiré a mi cuarto echándome en la cama. A mis lentes está atado un cordón negro. Con todo mi peso me apoyaré en mis lentes que estarán debajo de mí... y pondré el revólver al otro lado del cordón enrollado en el puño de la puerta.
Pasará lo siguiente: Mi mano, protegida por el pañuelo, habiendo apretado el gatillo, caerá sobre mi cuerpo. El revólver lanzado por el cordón elástico saltará hasta el pasillo y el pañuelo en el suelo no despertará sospechas.
Me verán tumbado en la cama con una bala en la cabeza, lo mismo que dicen las notas de mis compañeros. Cuando descubran nuestros cadáveres será imposible determinar la hora de nuestra muerte.
Cuando se calme la marejada, vendrán en nuestro socorro. Encontrarán sobre la isla del Negro diez cadáveres y un problema indescifrable.
LAURENCE WARGRAVE