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La señora Harter permaneció rígida en su sillón con las manos crispadas sobre los brazos del mismo. ¿Había estado soñando? ¡Patrick! ¡La voz de Patrick! La voz de Patrick, en aquella misma habitación, habiéndole... No, debía haber sido un sueño, tal vez una alucinación. Debió quedarse dormida unos minutos. Era curioso lo que había soñado... que la voz de su esposo le hablaba a través del éter. Se asustó un poco. ¿Qué era lo que le había dicho?
«Pronto voy a buscarte. Estarás preparada, ¿no es cierto, Mary?»
¿Sería un aviso? Insuficiencia cardíaca. Su corazón..., después de todo, había vivido muchos años.
«Es un aviso..., eso es -díjose la señora Harter, levantándose trabajosamente de su butaca, y agregó con su aire característico-: ¡ Y todo ese dinero desperdiciado en el ascensor!
Nada dijo de su experiencia, mas por espacio de unos días estuvo pensativa y un tanto preocupada.
Y luego se repitió por segunda vez. También se encontraba sola en la habitación, escuchando una selección orquestal que radiaba una emisora. La música cesó con la misma brusquedad que la primera vez, y también se hizo el silencio; luego percibió la sensación de lejanía, y por fin la voz de Patrick..., no como la que tuviera en vida..., sino una voz dilatada, lejana, como procedente de otro mundo.
«Patrick te habla, Mary. Iré a buscarte pronto...»
Luego oyó un zumbido y la música volvió a llenar la habitación.
La señora Harter miró el reloj. No, esta vez no se había dormido. Había escuchado la voz de Patrick despierta y en plena posesión de sus facultades. Y no era alucinación, estaba segura.
Y confundida trató de pensar en todo lo que Carlos le explicara sobre sus teorías de las ondas y del éter.
¿Sería posible que Patrick le hubiera hablado realmente? ¿Y que su voz resultara distinta debido a la distancia? Habían longitudes de ondas perdidas o algo por el estilo. Recordaba la conferencia de Carlos. Quizá las ondas perdidas explicaran aquel fenómeno psíquico. No, no era del todo imposible. Patrick le había hablado, utilizando la ciencia moderna, para prevenirla de lo que no iba a tardar en llegar.
La señora Harter hizo sonar el timbre para llamar a su doncella, Isabel.
Isabel era una mujer alta y delgada, de unos sesenta años, que bajo su exterior adusto ocultaba una fuente de afecto y ternura hacia su ama.