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.. me refiero al hombre del cuadro... asomado a la ventana del extremo... anoche cuando caminaba por la avenida. Supongo que debió ser un efecto de luz. Me pregunté quién diablos podía ser... aquella cara tan... victoriana... ya sabes a qué me refiero. Y luego Isabel me dijo que no había ningún extraño ni ninguna visita en casa, y más tarde fui al saloncito, y allí estaba el retrato sobre la chimenea. ¡El hombre que yo había visto! Supongo que la explicación es bien sencilla. Un truco del subconsciente. Debí fijarme en el retrato antes sin darme cuenta, y luego creí verle en la ventana.
-¿En la del extremo? -preguntó la señora Harter.
-Sí, ¿por qué?
-Por nada -replicó la señora Harter.
Pero de todas formas estaba asustada. Aquella habitación había sido el despacho de su marido.
Aquella misma noche, estando Carlos también ausente, la señora Harter se dispuso a escuchar la radio con febril impaciencia. Si por tercera vez oía la voz misteriosa quedaría demostrado sin lugar a dudas que realmente estaba en comunicación con el otro mundo.
Aunque el corazón le latía muy de prisa, no se sorprendió al oír de nuevo la interrupción y tras el intervalo de silencio acostumbrado, la lejana voz de acento irlandés le habló una vez más.
«Mary... ahora ya estás preparada... El viernes iré a buscarte..., el viernes a las nueve y media... No tengas miedo..., no sufrirás... Estáte preparada...»
Y luego, casi interrumpiendo la última palabra, volvi ó a sonar la música de la orquesta potente y discordante.
La señora Harter permaneció inmóvil unos minutos, se había puesto muy pálida y tenía los labios azulados.
Al fin se puso en pie para dirigirse a su escritorio, y con mano temblorosa escribió las siguientes líneas:
Esta noche, a las nueve y cuarto, he oído claramente la voz de mi difunto esposo. Me anunció que vendría a buscarme el viernes a las nueve y media de la noche. Si muriera en ese día y a esa hora quisiera que esto se supiese para probar sin lugar a dudas que existe la posibilidad de comunicar con el mundo de los espíritus...
Mary Harter.
La anciana volvió a leer lo escrito, y luego de meterlo en un sobre, puso unas palabras en éste. Luego hizo sonar el timbre e Isabel acudió rápidamente.