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No obstante, a pesar de sus esfuerzos, la señora falleció,aunque ni por un momento sospechó que se tratara de algo anormal.Estaba convencido de que su muerte fue debida a alguna forma de botulismo.La cena de aquella noche había consistido básicamente enlangosta enlatada con ensalada, pastel y pan con queso. Lamentablemente,no quedaron restos de la langosta: se la comieron toda y tiraron la lata.Interrogó a la doncella, Gladys Linch, que estaba llorosa y muy agitada, y que a cada momento se apartaba de la cuestión, pero declaró una y otra vez que la lata no estaba hinchada y que la langosta le había parecido en magníficas condiciones.
»Éstos eran los hechos en los que debíamos basarnos. Si Jones había administrado subrepticiamente arsénico a su esposa, parecía evidente que no pudo hacerlo con los alimentos que tomaron en la cena, puesto que las tres personas comieron lo mismo. Y también hay otra cosa: el propio Jones había regresado de Birmingham en el preciso momento en quela cena era servida, de modo que no tuvo oportunidad de alterar ningunode los alimentos de antemano.
-¿Y qué me dice de la señorita de compañía de la esposa? -preguntó Joyce-. La mujer gruesa de rostro alegre.
Sir Henry asintió.
-No nos olvidamos de miss Clark, se lo aseguro.
Pero nos parecieron dudosos los motivos que pudiera tener para cometer el crimen. Mrs. Jones no le dejó nada en absoluto y, como resultado de la muerte de su patrona, tuvo quebuscarse otra colocación.
-Eso parece eliminarla -replicó Joyce pensativa.
-Uno de mis inspectores pronto descubrió un dato muy significativo -prosiguió sir Henry-. Aquella noche,después de cenar, Mr. Jones bajó a la cocina y pidió un tazón de harina de maíz para su esposa que se había quejado de que no se encontraba bien. Esperó en la cocina hasta que Gladys Linch lo hubo preparado y luego él mismo lo llevóa la habitación de su esposa. Esto, admito, pareció cerrarel caso.
El abogado asintió.
-Móvil -dijo uniendo laspuntas de sus dedos-. Oportunidad. Y además, como viajante de una casa de productos químicos, fácil acceso al veneno.
-Y era un hombre de moral un tanto endeble-agregó el clérigo.
Raymond West miraba fijamente asir Henry.
-Hay algún gazapo en todo esto -dijo-. ¿Por qué no lo detuvieron?
Sir Henry sonrió con pesar.
-Esa es la parte desgraciada de este asunto. Hasta aquí todo había ido sobre ruedas, pero ahora llegamos a las dificultades.