La caja de bombones (Agatha Christie) Libros Clásicos

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¿Qué hacer? ¿Denunciarlo a la policía? No me atrevía a hacerlo. Era mi deber, pero mi carne era débil. Además, ¿me creerían ellos? La vista me fallaba desde hacía algún tiempo... argumentarían que me había equivocado. Guardé silencio. Pero mi conciencia me remordía. Callándome, yo también era una asesina. Mi hijo heredó la fortuna de su esposa. Prosperó, subió como la espuma. Y ahora le iban a nombrar ministro. Perseguiría aún con más fuerza a la Iglesia. Y además estaba Virginie. La pobrecita niña, piadosa por naturaleza, se sentía fascinada por él. Mi hijo poseía un extraño y terrible poder sobre las mujeres. Vi lo que iba a ocurrir. Me sentía impotente para impedirlo. Él no abrigaba ninguna intención de casarse con Virginie. Llegó el momento en que la pobre se hallaba dispuesta a entregarse totalmente a su capricho.
Entonces vi claramente mi camino. Era mi hijo. Yo le había dado la vida. Yo era responsable de sus actos. ¡Antes había destruido el cuerpo de una mujer, ahora iba a destruir el alma de otra! Entré en la habitación del señor Wilson y me apoderé del frasco de comprimidos. Una vez, bromeando, comentó que contenía suficientes comprimidos para matar a un hombre. Fui al estudio y abrí la gran caja de bombones que siempre tenía sobre la mesa. Por error abrí la caja sin empezar. La otra se hallaba también encima de la mesa. Sólo quedaba en ella un bombón. Eso simplificaba las cosas. Nadie comía bombones salvo mi hijo y Virginie. Aquella noche retendría a la joven a mi lado. Todo sucedió tal como lo había planeado...
Hizo una pausa, cerrando los ojos un momento. Volvió abrirlos lentamente.
-Monsieur Poirot, estoy en sus manos. Me dicen que no me quedan muchos días de vida. Estoy dispuesta a rendir cuentas por mi acto ante el buen Dios. ¿Debo también rendirlas aquí, en la tierra?
Vacilé.
-Pero el frasco vacío, madame -dije a fin de ganar tiempo-, ¿cómo se explica que estuviera en posesión del señor de Saint Alard?
-Cuando vino a despedirse de mí, monsieur, se lo puse dentro del bolsillo. No sabía cómo deshacerme del frasquito. Estoy tan enferma que no puedo moverme mucho sin ayuda, y de encontrarlo vacío en mis aposentos podía levantar sospechas. Comprenda, monsieur... -se irguió majestuosamente- ¡que no fue con la intención de involucrar al señor de Saint Alard! Ni me pasó por la imaginación.

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