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-De pronto llegamos al claro del centro de la arboleda y nos quedamos como clavados en el suelo, pues en el umbral de la Casa del Idolo se alzaba una figura resplandeciente, envuelta en una vestidura de gasa muy sutil y con dos cuernos en forma de media luna surgiendo de entre la oscura cabellera.
-¡Cielo santo! -exclamó Richard Haydon mientras su frente se perlaba de sudor.
-Pero Violeta Mannering fue más aguda.
-¡Vaya, si es Diana! -observó-. ¿Y qué ha hecho? Oh, no sé qué es, pero está muy distinta.
-La figura del umbral elevó sus manos y, dando un paso hacia delante, en voz alta y dulce, recitó:
-Soy la sacerdotisa de Astarté. Guardaos de acercaros a mí porque llevo la muerte en mi mano.
-No hagas eso, querida -protestó lady Mannering-. Nos estás poniendo nerviosos de verdad.
-Haydon avanzó hacia ella.
-¡Dios mío, Diana! -exclamó-. Estás maravilla.
-Mis ojos se habían acostumbrado ya a la luz de la luna y podía ver con más claridad. Desde luego, como había dicho Violeta, Diana estaba muy distinta. Su rostro tenía una expresión mucho más oriental, sus ojos rasgados un brillo cruel y sus labios la sonrisa más extraña que viera jamás en mi vida.
-¡Cuidado! -exclamó-. No os acerquéis a la diosa. Si alguien pone la mano sobre mí, morirá.
-Estás maravillosa, Diana -dijo Haydon--, pero ahora ya basta. No sé por qué, pero esto no me gusta en absoluto.
-Iba avanzando sobre la hierba y ella extendió una mano hacia él.
-Detente -gritó-. Un paso más y te aniquilaré con la magia de Astarté.
-Richard Haydon se echó a reír apresurando el paso y entonces ocurrió algo muy curioso. Vaciló un momento, tuvimos la sensación de que tropezaba y cayó al suelo cuan largo era.
-No se levantó, sino que permaneció tendido en el lugar donde cayó.
-De pronto, Diana comenzó a reírse histéricamente. Fue un sonido extraño y horrible que rompió el silencio del claro.
-Elliot se adelantó y lanzó una exclamación de disgusto.
-No puedo soportarlo -exclamó--. Levántate, Dick, levántate, hombre.
-Pero Richard Haydon seguía inmóvil en el lugar en que había caído. Elliot Haydon llegó hasta él y, arrodillándose a su lado, le dio la vuelta. Se inclinó sobre él y escudriñó su rostro.
-Luego se puso bruscamente en pie, medio tambaleándose.
-Doctor -dijo-, doctor venga, por amor de Dios. Yo... yo creo que está muerto.