La casa del ídolo de Astarté (Agatha Christie) Libros Clásicos

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-Symonds corrió hacia el caído y Elliot se vino hacia nosotros caminando muy despacio. Se miraba las manos de un modo que no supe comprender.
-En aquel momento Diana lanzó un grito salvaje.
-Lo he matado -gritó--. ¡oh, Dios mío! No quise hacerlo, pero lo he matado.
-Y cayó desvanecida sobre la hierba.
-Mrs. Rogers lanzó un grito.
-Salgamos de este horrible lugar -gimió-. Aquí puede ocurrirnos cualquier cosa. ¡Oh es espanto!.
-Elliot me cogió por un hombro.
-No es posible, hombre -murmuró-. Le digo que no es posible. Un hombre no puede ser asesinado así. Va... va contra la naturaleza.
-Traté de calmarlo.
-Debe de haber alguna explicación -respondí-. Su primo puede haber tenido un fallo cardíaco repentino a causa de la sorpresa y la excitación...
-Me interrumpió.
-Usted no lo comprende -dijo extendiendo sus manos y pude contemplar en ellas una mancha roja.
-Dick no ha muerto del corazón, sino apuñalado... apuñalado en medio del corazón y no hay arma alguna.
-Lo miré con incredulidad. En aquel momento Symonds acababa de examinar el cadáver y se aproximó a nosotros, pálido y temblando de pies a cabeza.
-Es que estamos todos locos? -se preguntó-. ¿Qué tiene este lugar para que sucedan en él cosas semejantes?
-Entonces es cierto.
- Asintió.
-La herida es igual a la que hubiera producido una daga larga y fina, pero aquí no hay ninguna daga.
-Nos miramos unos a otros.
-Pero tiene que estar aquí -.exclamó Elliot Haydon-. Debe haberse caído. Tiene que estar por el suelo. Busquémosla.
-Todos buscamos en vano. Violeta Mannering exclamó de pronto:
-Diana llevaba algo en la mano. Una especie de daga. Yo la vi claramente. Vi cómo brillaba cuando le amenazó.
-Elliot Haydon meneó la cabeza.
-El no llegó siquiera a tres metros de ella.
-Larry Mannering se había inclinado sobre la muchacha tendida en el suelo.
-Ahora no tiene nada en la mano -anunció-, y no veo nada por el suelo. ¿Estás segura de que la viste, Violeta? Yo no la recuerdo.
-El doctor Symonds se acercó a la joven.
-Debemos llevarla a la casa -sugirió-. Rogers, ¿quiere ayudarme?
-Entre los dos llevamos a la muchacha de nuevo a la casa y luego regresamos en busca del cadáver de sir Richard.
El doctor Pender se interrumpió mirando a su alrededor -Ahora sabemos más cosas -dijo-- gracias a la afición por las novelas policíacas. Hasta un chiquillo de la calle sabe que un cadáver debe dejarse donde se encuentra.

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