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Pero su voz no era del todo convincente. Continuaro
con el almuerzo. Mr. Quin no estaba ese día con muchos deseos d
conversar, y Mr. Satterthwaite había dicho cuanto tenía que decir. Pero el silencio no
era total. Estaba impregnado del resentimiento de Mr. Satterthwaite, nervioso
fastidiado por la indiferente actitud de su interlocutor. D
repente, Mr. Satterthwaite bajó bruscamente sus cubiertos y exclamó: -Supongamos
que ese joven sea inocente... ¡Lo van a colgar!
Dijo esto con voz exaltada y con grandes muestras de inquietud. No obstante, Mr. Quin n
articuló palabra. -N
es como si... -continuó Mr. Satterthwaite, pero se interrumpió-. ¿Por qué no había
de ir a Canadá esa mujer? -preguntó. Mr
Quin agitó la cabeza. -N
siquiera sé a qué punto de Canadá fue -agregó Mr. Satterthwaite. -¿Podrí
averiguarlo? -sugirió el otro. -M
imagino que sí. El sirviente podría saberlo. O quizá Thompson, el secretario. volvi
a hacer una pausa. Cuando reanudó la conversación, su voz parecía suplicante. -N
es que haya en todo esto algo que me importe... -¿Acas
el hecho de que van a colgar a un hombre dentro de tres semanas? -Bueno
sí, por supuesto. Ya veo lo que insinúa. Es la vida o la muerte. Y, además, está
esa pobre chica. No es que yo sea duro de corazón... Pero, ¿qué puedo hacer? ¿No es un poco fantástico todo esto? Aun suponiendo que yo pudiera localizar a esa mujer en Canadá, ¿de qué serviría? Como no fuese yo mismo hasta allá...
Mr. Satterthwaite parecía seriamente disgustado. -Y
pensaba ir a la Riviera la semana entrante -dijo lastimosamente.
la mirada que fijó en Mr. Quin decía con claridad meridiana: "Déjeme en paz
¿quiere?" -¿Ha estado usted alguna vez en Canadá? -preguntó Mr. Quin. -Nunca
-E
un país muy interesante.
Mr. Satterthwaite lo miró con cierto aire de duda. -¿Cre
usted que yo debería ir? Mr
Quin se echó hacia atrás y prendió un cigarrillo. Luego continuó, entre bocanadas
de humo: -Usted, según entiendo, es hombre de fortuna. No millonario, precisamente, pero sí un hombre que puede darse un gusto sin reparar en los gastos. Usted se ha dedicado a observar y analizar los dramas de otras gentes. ¿Nunca se le ha ocurrido la idea de encarnar un papel en una de esas escenas? ¿Nunca se ha visto, por espacio de un minuto, como el árbitro de los destinos de los demás, en medio del escenario, teniendo en sus manos la vida y la muerte?