La señal en el cielo (Agatha Christie) Libros Clásicos

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Louise Bullard, estaba seguro de ello, no había sido un capricho pasajero de sir George Barnaby. Por alguna otra razón, y muy poderosa, por cierto, había sido necesario que ella saliera de Inglaterra. Pero, ¿por qué? ¿Qué había en el fondo de todo eso? ¿Habría sido todo instigado por el propio sir George, valiéndose de su secretario? ¿O sería este último, por propia iniciativa, que invocaba el nombre de su patrón?
Con todas estas ideas en la cabeza, Satterthwaite emprendió el regreso. se sentía desanimado y casi desesperado. El viaje no le había reportado ningún beneficio.
Con la sensación de fracaso, al día siguiente de su llegada se dirigió al restaurante Arlecchino. No esperaba tener suerte en su primera tentativa, pero con íntima satisfacción pudo distinguir la figura familiar de Mr. Harley Quin, sentado a la misma mesa, en la penumbra, en cuya cara morena asomaba una expresiva sonrisa de bienvenida.
-Pues bien... -dijo Mr. Satterthwaite, mientras tomaba una tostada con mantequilla-. ¡Linda cacería la que me encomendó usted!
Mr. Quin levantó las cejas.
-¿Qué yo le encomendé? -objetó-. Fue idea suya enteramente.
-Bueno, sea de quien haya sido la idea, no prosperó. Louise Bullard no tiene nada que decir de importancia.
A continuación, Mr. Satterthwaite relató los detalles de su conversación con la sirvienta y luego refirió su entrevista con Mr. Denman. Mr. Quin escuchó en silencio.
-En cierto modo, mi viaje se justificó -continuó Mr. Satterthwaite-. A ella la quitaron de en medio deliberadamente. Pero no alcanzo a comprender por qué.
-¿No? -dijo Mr. Quin, y su voz, como de costumbre, resultó desa-fiante. Mr. Satterthwaite se sonrojó.
-Me imagino que usted pensará que debí haberla sondeado más hábilmente. Puedo asegurarle que le hice repetir la historia punto por punto. No es culpa mía el no haber conseguido lo que quería.
-¿Está usted seguro -preguntó Mr. Quin- de que no consiguió lo que quería?
Mr. Satterthwaite lo miró en el colmo del asombro y se topó con aquella mirada lánguida y burlona que tan bien conocía. No fue capaz de interpretarla, y movió la cabeza lentamente.
Hubo un prolongado silencio y luego habló Mr. Quin, cambiando radicalmente el tono de su voz.
-El otro día me pintó usted un magnífico cuadro de los protagonistas de este asunto. En pocas palabras, consiguió usted que se destacaran claramente como si fueran grabados por un buril.

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