Página 262 de 269
lograr sus particulares fines.
- Sin embargo, originalmente, en el borrador de Gregson, quiero
decir, los relojes debían tener algún significado.
- Sí. desde luego. Sus relojes marcaban las siguientes horas: las
cinco y un minuto, las cinco y cuatro minutos y las cinco y siete
minutos. Era el número de la combinación de una caja de caudales:
515457. Una reproducción de la Monna Lisa ocultaba la puerta de
aquélla. Dentro de la caja - continuó diciendo Poirot, con un gesto
de fastidio- , se encontraban las joyas de la Corona rusa. Un
argumento que era un tas de bétises. Y, desde luego, figuraba en
aquél también... una muchacha perseguida. Sí. A la Martindale todo
eso le venía a las mil maravillas. No tenia más que escoger los
personajes reales y adaptarlos, señalándoles su papel respectivo...
Todas las pistas dejadas conducirían... ¿a dónde? A ninguna parte,
exactamente! ¡Oh, si! La señorita Martindale se reveló como una
mujer eficiente. Yo me pregunto: ¿le dejaría el escritor algún
dinero? ¿Cómo y de qué murió aquel hombre?
Hardcastle no quería ahondar de momento en cosas ya pasadas.
Se apoderó de las dos libretas y me quitó de las manos la hoja de
papel en que había escrito a toda prisa las señas de Enderby, que
Poirot acababa de facilitarle. Por espacio de dos minutos yo había
estado contemplando aquella fascinado. Se trataba del trozo de
papel que yo le entregara días atrás, en el que bajo el membrete de
un hotel se veía una especie de media luna, un número y una letra.
El inspector había anotado la dirección del abogado invirtiendo
inconscientemente el fragmento de carta. El membrete quedó así en
el ángulo inferior izquierdo. Entonces me di cuenta de lo necio que
había sido.
- Muy agradecido, monsieur Poirot - dijo Hardcastle- . Por
supuesto, nos ha proporcionado usted abundante materia de
reflexión. Si sacamos algo en limpio de todo eso...
- Encantado de haberle sido de utilidad.