S.O.S. (Agatha Christie) Libros Clásicos

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AGATHA CHRISTIE
S. O. S.


-¡Ah! -dijo el señor Dinsmead efusivamente mientras examinaba la mesa redonda con aprobación. La luz del hogar había resaltado el mantel blanco, los tenedores y cuchillos, así como todos los demás objetos.
-¿Está... todo a punto? -preguntó la señora Dinsmead con voz insegura. Era una mujercita insignificante, de rostro descolorido, cabellos ásperos, peinados hacia atrás, y una nerviosidad perpetua.
-Todo está a punto -replicó su esposo con una especie de satisfacción malsana.
Era un hombre corpulento, de hombros caídos y rostro rubicundo. Tenía los ojos pequeños y brillantes, las cejas muy pobladas y las mejillas desprovistas de vello.
-¿Limonada? -sugirió la señora Dinsmead, casi en un susurro.
Su esposo meneó la cabeza.
-Té. Es mucho mejor en todos los aspectos. Mira el tiempo que hace, llueve a cántaros y sopla fuerte viento. Una buena taza de té caliente es lo que hace falta para acompañar la cena de una noche como ésta.
Y parpadeando con vivacidad volvióse de nuevo para revisar la mesa.
-Un buen plato de huevos, ternera en lata y pan y queso. Esto es lo que he dispuesto para la cena. De manera que ve a prepararlo, mamá. Carlota está en la cocina esperando para ayudarte.
La señora Dinsmead se levantó, ovillando cuidadosamente la lana de su labor de punto.
-Es ya una muchacha muy atractiva -murmuró.
-¡Ah! -exclamó el señor Dinsmead-. ¡Es el viejo retrato de su madre! ¡Vamos, ve a la cocina de una vez y no perdamos más tiempo!
Y se puso a pasear por la habitación tarareando una cancioncilla por espacio de unos minutos. Una vez se acercó a la ventana para contemplar el exterior.
-Vaya tiempecito -murmuró para sí-. No es muy probable que tengamos visitas esta noche.
Y entonces salió de la habitación.
Unos diez minutos más tarde la señora Dinsmead volvía trayendo un plato de huevos fritos, seguida de sus dos hijas que traían el resto de las viandas. El señor Dinsmead y su hijo Johnnie cerraban la marcha. El primero sentóse a la cabecera de la mesa.
-¡Qué buena idea tuvo el primero a quien se le ocurrió conservar los alimentos en las latas! Me gustaría saber qué haríamos nosotros a tanta distancia de cualquier poblado si no pudiéramos echar mano de las conservas cada vez que el carnicero se olvida de venir.
Y se dispuso a atacar la ternera.
-Yo me pregunto a quién se le ocurriría construir una casa como ésta tan apartada de la civilización -replicó su hija Magdalena en tono quejoso-.

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