Trayectoria de Boomerang (Agatha Christie) Libros Clásicos

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Por lo que me ha dicho, es una mujer repulsiva.
-A su modo, no es fea -dijo Frankie-. Pero lo interesante es que probablemente Carstairs también llevaba consigo su retrato.
-Y usted cree... -insinuó Roger.
-Que uno de esos retratos representaba el amor y el otro el negocio. Carstairs llevaba el retrato de la Cayman por alguna razón. Quizá deseaba que alguien lo identificara. Imagínese usted que el Cayman hombre lo seguía, y al encontrar una oportunidad favorable se acercó a él, al amparo de la niebla, y le dio un empujón; Carstairs se cayó, dando un grito de sorpresa. El Cayman hombre huyó a toda prisa, ignorando que por allí había alguien. También supondremos que no estaba enterado de que Alan Carstairs llevase aquel retrato. ¿Qué sucedió luego? Pues los periódicos lo publicaron...
-Consternación en los Cayman -dijo Roger.
-Eso es. ¿Qué se hace entonces? Pues lo más atrevido. ¿Quien conoce a Carstairs por su nombre? En este país, casi nadie. La señora Cayman se presenta, derramando lágrimas de cocodrilo, y reconoce el cadáver como el de su hermano. Los dos han expedido también algunos paquetes, para confirmar la historia de una excursión a pie.
-Me parece, Frankie, que acaba usted de decir cosas muy acertadas -exclamó Roger, admirado.
-También lo creo yo -dijo la joven-. Y tiene usted razón. Deberíamos empezar a trabajar con respecto a los Cayman. No comprendo por qué no lo hemos hecho ya.
Eso no era absolutamente cierto, porque Frankie conocía muy bien el motivo, o sea, que hasta entonces se habían dedicado a seguir la pista a Roger. Pero le pareció que obraba con mayor tacto callando aquel detalle.
-¿Y qué haremos con respecto a la señora Nicholson? -preguntó ella de repente.
-¿Qué quiere usted decir?
-Pues que la pobrecilla tiene mucho miedo. Me parece que no se muestra usted muy sensible con respecto a ella, Roger.
-No es así, pero me irritan las personas que no saben protegerse a sí mismas.
-Sea usted justo. ¿Qué puede hacer la pobre? No tiene dinero, ni sabría adonde ir.
-Si se viera usted en su caso, Frankie -dijo Roger-, ya sabría lo que le convendría hacer.
-¡Oh...! -exclamó la joven, sorprendida.
-Sí; si creyera usted que alguien deseaba asesinarla, no aguardaría pasivamente a que la matasen. Huiría, viviría de un modo u otro, o daría muerte a aquella persona, anticipándose. En fin, haría usted algo.

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