Manchas de sangre en el suelo (Agatha Christie) Libros Clásicos

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-No lo bombardearon -replicó Raymond West con el entrecejo fruncido-. Procura no desvirtuar la historia, Joyce.
-Bueno, sea como fuere, desembarcaron cañones a lo largo de toda la costa y con ellos destrozaron las casas. De todas maneras no es ésta la cuestión. La posada era un lugar maravilloso por su antigüedad, con una especie de porche sostenido por cuatro pilares. Conseguí un buen apunte y me disponía a trabajar de firme cuando un coche subió serpenteando por la colina. Por supuesto, fue a detenerse delante de la posada, en el lugar en que más me estorbaba. Se apearon sus ocupantes, un hombre y una mujer, en los que no me fijé gran cosa. Ella llevaba un vestido de lino malva y un sombrero del mismo color.
E1 hombre volvió a salir de nuevo y, para mi gran satisfacción, llevó el coche hasta el muelle y lo dejó aparcado allí. Al regresar a la posada tuvo que pasar junto a mí, en el preciso momento en que llegaba otro coche, del que se apeó una mujer vestida con el traje más llamativo que viera en mi vida. Creo que su estampado consistía en ponsetias rojas y llevaba uno de esos enormes sombreros de paja que utilizan los nativos, me parece que de Cuba ¿no es eso?, y que también era de un brillante rojo escarlata.
La mujer no se detuvo delante de la posada, sino que llevó su coche más abajo en el otro lado. Luego se apeó y el hombre le dijo asombrado:
-Carol, esto sí que es maravilloso. Qué casualidad encontrarte en este apartado rincón del mundo. Hace años que no te veía. Margery está aquí también, mi esposa, ya sabes. Debes venir a conocerla.
Subieron juntos la empinada calle en dirección a la posada y vi que la otra mujer acababa de salir a la puerta y se dirigía a ellos. Cuando pasaron ante mí, pude echar un vistazo a la mujer llamada Carol, lo suficiente para ver una barbilla muy empolvada y una boca muy roja, y me pregunté, sólo me pregunté, si Margery se alegraría mucho de conocerla. A Margery no la había visto de cerca, pero así de lejos me pareció muy formal, estirada y poco maquillada.
Bueno, desde luego no era asunto mío, pero a veces se ven pequeños retazos de la vida y no puedes evitar especular sobre ellos. Desde donde estaba podía oír fragmentos de su conversación.

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