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creciendo arrancarían toda la ponzoña del suelo. Ahora estaba preparado para
cualquier cosa, por inesperada que pudiera parecer, y se había acostumbrado a la
sensación de que cerca de él había algo que esperaba ser oído. El ver que los
vecinos no se acercaban por su casa le molestó, desde luego; pero afectó todavía
más a su esposa. Los chicos no lo notaron tanto porque iban a la escuela todos
los días; pero no pudieron evitar el enterarse de las habladurías, las cuales
les asustaron un poco, especialmente a Thaddeus, que era un muchacho muy
sensible.
En mayo llegaron los insectos, y la hacienda de Gardner se convirtió en un lugar
de pesadilla, lleno de zumbidos y de serpenteos. La mayoría de aquellos animales
tenían un aspecto insólito y se movían de un modo muy raro, y sus costumbres
nocturnas contradecían todas las anteriores experiencias. Los Gardner
adquirieron el hábito de mantenerse vigilantes durante la noche. Miraban en
todas direcciones en busca de algo..., aunque no podían decir de qué. Fue
entonces cuando comprobaron que Thaddeus había estado en lo cierto al hablar de
lo que ocurría con los árboles. Mistress Gardner fue la primera en comprobarlo
una noche que se encontraba en la ventana del cuarto contemplando la silueta de
un arce que se recortaba contra un cielo iluminado por la luna. Las ramas del
arce se estaban moviendo y no corría el menor soplo de viento. Cosa de la savia,
seguramente. Las cosas más extrañas resultaban ahora normales. Sin embargo, el
siguiente descubrimiento no fue obra de ningún miembro de la familia Gardner. Se
habían familiarizado con lo anormal hasta el punto de no darse cuenta de muchos
detalles. Y lo que ellos no fueron capaces de ver fue observado por un viajante
de comercio de Boston, que pasó por allí una noche, ignorante de las leyendas
que corrían por la región. Lo que contó en Arkham apareció en un breve artículo
publicado por la Gazette; y aquel articulo fue lo que todos los granjeros,