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Cuando llegó al límite del barrio habitado, al lugar donde se iniciaba la carretera de Pawtuxet, no le sorprendió hallar huellas muy extrañas en la nieve. El gigante desnudo había sido perseguido por perros y por muchos hombres que calzaban pesadas botas, y el rastro de los canes y sus dueños podía seguirse fácilmente. Habían interrumpido la persecución temiendo acercarse demasiado a la ciudad. Weeden sonrió torvamente y decidió seguir las huellas hasta sus orígenes. Partían, como había supuesto, de la granja de Joseph Curwen, y habría seguido su investigación de no haber visto tantos rastros de pisadas en la nieve. Dadas las circunstancias, no se atrevió a mostrarse demasiado interesado a plena luz del día. El doctor Bowen, a quien Weeden informó inmediatamente de su descubrimiento, llevó a cabo la autopsia del extraño cadáver y descubrió unas peculiaridades que le desconcertaron profundamente. El tubo digestivo no parecía haber sido utilizado nunca, en tanto que la piel mostraba una tosquedad y una falta de trabazón que el galeno no supo a qué atribuir. Impresionado por lo que los ancianos susurraban acerca del parecido de aquel cadáver con el herrero Daniel Green, fallecido hacía ya diez lustros, y cuyo nieto, Aaron Moppin, era sobrecargo al servicio de Curwen, Weeden procuró averiguar dónde habían enterrado a Green. Aquella noche, un grupo de diez hombres visitó el antiguo Cementerio del Norte y excavó la fosa. Tal como Weeden había supuesto, la encontraron vacía.
Mientras tanto, se había dado aviso a los portadores del correo para que interceptaran la correspondencia del misterioso personaje, y poco después del hallazgo de aquel cuerpo desnudo, fue a parar a manos de la junta de ciudadanos interesados en el caso una carta escrita por un tal Jedediah Orne, vecino de Salem, que les dio mucho que pensar. Charles Ward encontró un fragmento de dicha misiva reproducida en el archivo privado de cierta familia. Decía lo siguiente:
«Satisfáceme en extremo que continúe su merced el estudio de las Viejas Materias a su modo y manera, y mucho dudo que el señor Hutchinson de Salem obtuviera mejores resultados. Ciertamente fue muy grande el espanto que provocó en él la Forma que evocara, a partir de aquello de lo que pudo conseguir sólo una parte. No tuvo los efectos deseados lo que su merced nos envió, ya fuera porque faltaba algo, o porque las palabras no eran las justas y adecuadas, bien porque me equivocara yo al decirlas, bien porque se confundiera su merced al copiarlas.