Página 36 de 127
El aspecto del mensajero produjo en aquellos seres una impresión que sus palabras no habrían podido causar por sí solas; a pesar de ser un marinero conocido por la mayoría de ellos, algo oscuro había perdido o ganado su alma, algo que le situaba en un mundo aparte. Y lo mismo ocurrió más tarde cuando encontraron a otros antiguos compañeros que se habían adentrado en las regiones del horror. La mayoría de ellos habían adquirido o perdido algo misterioso o indescriptible. Habían visto, oído o captado algo que no estaba destinado al entendimiento humano y no podían olvidarlo. Jamás hablaron entre ellos de lo sucedido, porque hasta para el más común de los instintos mortales existen fronteras insalvables. En cuanto al grupo del embarcadero, el espanto indecible que les transmitió aquel único mensajero selló también sus labios. Pocos son los rumores que de ellos proceden y el diario de Eleazar Smith es el único testimonio escrito que dejó todo aquel cuerpo de expedicionarios.
Charles Ward, sin embargo, descubrió otra vaga fuente de información en algunas cartas de los Fenner que encontró en New London, donde sabía que había vivido otra rama de la familia. Parece ser que los vecinos de Curwen, desde cuya casa era visible la granja condenada, habían presenciado la partida de las columnas expedicionarias y habían oído claramente los furiosos ladridos de los perros sucedidos por la explosión que precipitó el ataque. A aquella primera explosión habían seguido la elevación de un gran chorro de luz procedente del edificio de piedra, y, poco después, el resonar de disparos de mosquetón y de escopeta acompañados de unos horribles gritos que el autor de la carta, Luke
Fenner, había reproducido por escrito del siguiente modo: «Whaaaaarrr... Rwhaaarrr». Eran aquellos gritos, sin embargo, de una calidad que la simple escritura no podía reproducir, y el corresponsal mencionaba el hecho de que su madre se había desmayado al oírlos. Más tarde se repitieron con menos fuerza, mezclados esta vez con otros disparos y una sorda explosión que tuvo lugar al otro lado del río, Alrededor de una hora después todos los perros empezaron a ladrar espantosamente y la tierra pareció estremecerse hasta el punto de que los candelabros oscilaron sobre la repisa de la chimenea. Se percibió un intenso olor a azufre y, según el padre de Luke Fenner, fue entonces cuando se oyó la tercera señal, es decir, la de emergencia, aunque el resto de la familia no llegó a percibirla.