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Sus padres, al recordar su conducta durante aquel período, proporcionan muchos detalles interesantes acerca del secreto con que Charles envolvía a sus estudios. Delante de los criados raramente escondía el manuscrito que estuviera estudiando ya que presumía que la intrincada y arcaica caligrafía de Curwen no podía estar a su alcance. Con sus padres, sin embargo, era más circunspecto y a menos que el manuscrito en cuestión estuviese en clave o fuera sencillamente una masa de jeroglíficos desconocidos (como el titulado
«Al que Vendrá Después...».) lo tapaba con un papel hasta que el visitante se había marchado. Por la noche cerraba bajo llave los documentos en cuestión, que guardaba en el cajón de una antigua consola, y lo mismo hacía cada vez que abandonaba su estudio. No tardó en volver a su horario y hábitos normales, pero sus largos paseos quedaron interrumpidos. La reanudación de las clases no pareció ser de su agrado y frecuentemente declaraba su intención de no volver a asistir a ellas. Tenía, según afirmaba, que llevar a cabo importantes investigaciones, las cuales le proporcionarían más conocimientos que los que pudiera darle cualquier universidad del mundo.
Naturalmente, sólo alguien que había sido siempre más o menos estudioso, excéntrico y solitario podía seguir aquel rumbo durante muchos días sin llamar la atención. Ward era por naturaleza investigador y eremita, de ahí que sus padres quedaran más apenados que sorprendidos por el sigilo y la reclusión en que ahora vivía. Al mismo tiempo, encontraban muy raro que su hijo no les hubiera enseñado los tesoros que había descubierto, ni les hablara de los datos que había descifrado. El joven justificaba su silencio diciendo que deseaba esperar hasta poder anunciarles algo concreto, pero a medida que transcurrían las semanas fue creándose una especie de tirantez entre los miembros de la familia, tirantez intensificada, en el caso de la madre, por una manifiesta aversión a todo lo relacionado con Curwen.
En el mes de octubre, Ward empezó a visitar de nuevo bibliotecas, pero ya no buscaba en ellas las mismas cosas que en épocas anteriores. Lo que ahora parecía interesarle era la brujería y la magia, el ocultismo y la demonología, y cuando las fuentes de Providence resultaban infructuosas, tomaba el tren de Boston y revolvía entre los tesoros de la gran Biblioteca de Copley Square, de la Biblioteca Wiedeher de Harvard, o del Centro de Investigaciones de Brookline, donde pueden consultarse obras muy raras sobre temas bíblicos.