El horror de Dunwich (Howard Phillips Lovecraft) Libros Clásicos

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EL HORROR DE DUNWICH
Howard Philip Lovecraft

Las Gorgonas, las Hidras y las Quimeras, las terroríficas leyendas
de Celeno y las Arpías, pueden reproducirse en el cerebro de las
mentes supersticiosas, pero ya estaban allí desde mucho antes.
Son meras transcripciones, tipos; los arquetipos están dentro de
nosotros y son eternos. De lo contrario, ¿cómo podría llegar a
afectarnos el relato de lo que sabemos a ciencia cierta que es falso?
¿Será que concebimos naturalmente el terror de tales entes en tanto
que pueden infligirnos un daño físico? ¡No, ni mucho menos! Esos
terrores están ahí de antiguo. Se remontan a antes de que existiese
el cuerpo humano. No precisan siquiera de él, pues habrían
existido igualmente. El hecho de que el miedo de que tratamos
aquí sea puramente espiritual -tan intenso en proporción como
sin objeto en la tierra- y que predomine en el período de nuestra
inocente infancia plantea problemas cuyas solución puede
aportarnos una idea de nuestra condición previa a la venida al
mundo o, cuando menos, un atisbo del tenebroso reino de la preexistencia.
CHARLES LAMB:
Witches and Other Night-Fears

I

Cuando el que viaja por el norte de la región central de Massachusetts se equivoca de dirección al llegar al cruce de la carretera de Aylesbury nada más pasar Dean’s Corners, verá que se adentra en una extraña y apenas poblada comarca. El terreno se hace más escarpado y las paredes de piedra cubiertas de maleza van encajonando cada vez más el sinuoso camino de tierra. Los árboles de los bosques son allí de unas dimensiones excesivamente grandes, y la maleza, las zarzas y la hierba alcanzan una frondosidad rara vez vista en las regiones habitadas. Por el contrario, los campos cultivados son muy escasos y áridos, mientras que las pocas casas diseminadas a lo largo del camino presentan un sorprendente aspecto uniforme de decrepitud, suciedad y ruina. Sin saber exactamente por qué, uno no se atreve a preguntar nada a las arrugadas y solitarias figuras que, de cuando en cuando, se ve escrutar desde puertas medio derruidas o desde pendientes y rocosos prados. Esas gentes son tan silenciosas y hurañas que uno tiene la impresión de verse frente a un recóndito enigma del que más vale no intentar averiguar nada. Y ese sentimiento de extraño desasosiego se recrudece cuando, desde un alto del camino, se divisan las montañas que se alzan por encima de los tupidos bosques que cubren la comarca.

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