El horror de Dunwich (Howard Phillips Lovecraft) Libros Clásicos

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Nadie, empero, miraba con el catalejo en aquellos instantes. Las chotacabras seguían emitiendo sus irregulares chirridos, en tanto los hombres de Dunwich se preparaban, en medio de una gran tensión, para enfrentarse con la imponderable amenaza que parecía rondar por la atmósfera.
De repente, y sin que nadie lo esperara, se dejaron oír unos sonidos vocales sordos, cascados y roncos que jamás olvidarían los integrantes del despavorido grupo que los oyó. Pero aquellos sonidos no podían proceder de ninguna garganta humana, pues los órganos vocales del hombre no son capaces de producir semejantes atrocidades acústicas. Más bien se diría que habían salido del mismo Averno, si no fuese harto evidente que su origen se encontraba en el altar de piedra de Sentinell Hill. Y hasta casi es erróneo llamar a semejantes atrocidades sonidos, por cuanto su timbre, horrible a la par que extremadamente bajo, se dirigía mucho más a lóbregos focos de la conciencia y al terror que al oído; pero uno debe calificarlos de tal, pues su forma recordaba, irrefutable aunque vagamente, a palabras semiarticuladas. Eran unos sonidos estruendosos -estruendosos cual los fragores de la montaña o los truenos por encima de los que resonaban- pero no procedían de ser visible alguno. Y como la imaginación es capaz de sugerir las más descabelladas suposiciones en cuanto a los seres invisibles se refiere, los hombres agrupados al pie de la montaña se apiñaron todavía más si cabe, y se echaron hacia atrás como si temiesen que fuera a alcanzarles un golpe fortuito.
-Ygnaiih… ygnaiih… thflthkh´ngha… YogSothoth… -sonaba el horripilante graznido procedente del espacio-. Y´bthnk… h´ehye…n´grkdl´lh…
En aquel momento, quienquiera que fuese el que hablase pareció titubear, como si estuviera librándose una pavorosa contienda espiritual en su interior. Henry Wheeler volvió a enfocar el catalejo, pero tan sólo divisó las tres figuras humanas grotescamente recortadas en la cima de Sentinel Hill, las cuales no paraban de agitar los brazos a un ritmo frenético y de hacer extraños gestos como si la ceremonia del conjuro estuviese próxima a su culminación. ¿De qué lóbregos avernos de terror propios del diabólico Aqueronte, de qué insondables abismos de conciencia extracósmica, de qué sombría y secularmente latente estirpe infrahumana procedían aquellos semiarticulados sonidos medio graznidos medio truenos? De repente, volvían a oírse con renovado ímpetu y coherencia al acercarse a su máximo, final y más desgarrador frenesí.
-Eh-ya-ya-ya-yahaah-e´yayayayaaaa… ngh´aaaaa… ngh´aaa h´yuh… ¡SOCORRO! ¡SOCORRO!… pp-pp-pp-¡PADRE! ¡PADRE! ¡YOG-SOTHOTH!

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