En la noche de los tiempos (Howard Phillips Lovecraft) Libros Clásicos

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.. o habían eliminado de ellas, por alguna razón, toda referencia a esta cuestión. En mis sueños, como en los de los demás, no era posible descubrir pista alguna. Los miembros de la Gran Raza silenciaban el problema, de manera que lo único que sabía era lo que me habían contado algunas mentes cautivas de singular perspicacia.
Según me dijeron, lo que tanto terror inspiraba a la Gran Raza eran ciertos seres espantosos y arcaicos, parecidos a los pólipos, que llegaron desde unos universos inconmensurablemente distantes, y dominaron la Tierra y otros tres planetas más del sistema solar, hace seiscientos millones de años. Poseían una constitución sólo parcialmente material -según lo que nosotros entendemos por materia-, y su tipo de conciencia y medios de percepción diferían muchísimo de los de cualquier organismo terrestre. Por ejemplo, carecían de vista, por lo que su mundo perceptible era una extraña mezcla de impresiones no visuales.
Sin embargo, estas entidades eran lo bastante corpóreas para manejar objetos materiales cuando se hallaban en aquellas zonas cósmicas donde había materia, y necesitaban alojamientos de un tipo muy peculiar. Aunque sus sentidos podían atravesar todas las barreras materiales, su propia sustancia no poseía esta facultad. Determinados tipos de energía eléctrica podían destruirlas totalmente. Podían desplazarse por el aire, a pesar de carecer de alas o de cualquier otro medio de vuelo. Sus mentes eran de tal índole, que la Gran Raza no había podido efectuar con ellas ningún intercambio.
Cuando estas criaturas llegaron a la Tierra, construyeron poderosas ciudades de basalto con grandes torres sin ventanas, y devoraron todos los seres vivos que encontraron. Entonces fue cuando llegaron los espíritus de la Gran Raza, procedentes de aquel oscuro mundo transgaláctico que, según las turbadoras y discutibles Arcillas de Eltdown, recibe el nombre de Yith.
Merced a su prodigiosa técnica, no les fue difícil a los recién llegados sojuzgar a las voraces criaturas y recluirlas en las cavernas subterráneas que, comunicadas con sus torres de basalto, habían comenzado a habitar.
Luego sellaron las entradas y, abandonando a su suerte a las criaturas ancestrales, ocuparon la mayoría de sus grandes ciudades y conservaron algunos de sus edificios principales por temor más que por indiferencia o interés científico o histórico,
Pero con el transcurso del tiempo, se comenzaron a percibir ciertos signos ominosos de que las entidades prisioneras crecían en fortaleza y número, y ensanchaban su mundo inferior. En algunas ciudades remotas habitadas por la Gran Raza, y en ciertos pueblos abandonados -lugares en que el mundo subterráneo no había sido sellado o carecía de una vigilancia eficaz- se llegaron a producir irrupciones esporádicas que revistieron un carácter especialmente horrible.

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