Los Sueños de la Casa de la Bruja (Howard Phillips Lovecraft) Libros Clásicos

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La base del bulbo inferior se fundía en el largo barandal con un punto de contacto tan delicado que varias figuras se habían roto y desprendido. Medían éstas alrededor de cuatro pulgadas y media de altura, Y los aguzados brazos tenían un diámetro máximo de unas dos pulgadas v media.
Cuando Gilman se levantó, las losas le dieron una sensación de calor en los pies. Estaba completamente solo, y lo primero que hizo fue acercarse a la balaustrada y contemplar con vértigo la infinita y ciclópea ciudad que se extendía a casi dos mil pies por debajo de la terraza. Mientras escuchaba, le pareció que una rítmica confusión de tenues sonidos musicales que recorrían una amplia escala diatónico ascendía desde las estrechas calles de abajo, y deseó poder ver a los habitantes del lugar. Al cabo de un rato se le nubló la vista, y hubiera caído al suelo de no haberse agarrado instintivamente a la reluciente balaustrada. Su mano derecha fue a dar en una de las figuras que sobresalían, y el contacto pareció infundirle cierta fortaleza. Sin embargo, la presión era excesiva para la exótica delicadeza de aquel objeto metálico, y la figura erizada se le rompió en la mano. Aún medio mareado, continuó apretándola mientras su otra mano se agarraba a un espacio vacío en la lisa balaustrada.
Pero ahora sus oídos hipersensibles captaron algo a sus espaldas, y Gilman volvió la cabeza y miró a través de la horizontal terraza. Vio cinco figuras que se acercaban silenciosamente, aunque sus Movimientos no eran furtivos; dos de ellas eran la vieja y el animalejo peludo y de afilados colmillos. Las otras tres fueron las que le redujeron a la inconsciencia, pues eran representaciones vivas, de unos ocho pies de altura, de las equinodérmicas figuras de la balaustrada, que avanzaban valiéndose de las vibraciones de los brazos inferiores de estrella de mar que agitaban como una araña mueve las patas...
Gilman despertó en la cama, empapado de sudor frío v con una sensación de escozor en la cara, manos y pies. Saltando al suelo, se lavó y vistió con frenética rapidez, como si le fuera indispensable salir de la casa lo antes posible. No sabía adónde quería ir, pero comprendió que tendría que sacrificar las clases otra vez. La extraña atracción hacia aquel punto situado entre la Hidra y el Navío Argo había disminuido, pero otra fuerza todavía más potente la había reemplazado.

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