El superviviente (Howard Phillips Lovecraft y August Derleth) Libros Clásicos

Página 1 de 22

El superviviente
H. P. Lovecraft y August Derleth

Algunas casas, al igual que ciertas personas, delatan a primera vista su predilección por lo maligno. Quizá sea el efluvio de hechos perversos ocurridos bajo determinado techo, que permanece mucho tiempo después de que sus realizadores se hayan ido, lo que hace que se le pongan a uno la carne de gallina y los pelos de punta. Algo de la pasión del ejecutor del acto, y del horror sentido por su víctima, entra en el corazón del inocente espectador, quien repentinamente se vuelve consciente de un hormigueo nervioso, de un escalofrío en la piel y en la sangre...
Algernon Blackwood


Me había propuesto no volver a hablar o escribir sobre la casa Charriere tras mi huida de Providence en la noche del horrible descubrimiento -hay recuerdos que todo el mundo desea suprimir, creer que no son ciertos, borrarlos de su existencia- pero me veo obligado a transcribir ahora mi breve estancia en la casa de la calle Benefit, y mi precipitada huida de ella. Lo hago por si algún inocente fuese sometido a presiones injustas por parte de la policía, deseosa de hallar alguna explicación a su horrible descubrimiento. Ese horror lo experimenté, antes que cualquier otro humano, ante la vista de algo ciertamente mucho más terrible que cuanto haya podido verse después, al cabo de tantos años, tras pasar la casa a ser propiedad municipal, como sabía que ocurriría algún día.
Ciertamente, no cabe esperar de un anticuario que esté tan instruido en lo que respecta a ciertas antiguas sendas del conocimiento humano como en lo que concierne a casas antiguas. Sin embargo, cabe pensar que, inmerso en la investigación del hábitat humano, tropiece en ocasiones con ciertos misterios considerablemente más complejos que la fecha de un pabellón o la procedencia de un techo estilo holandés, y logre sacar de ellos determinadas conclusiones, por increíbles, horribles, espantosas o aun condenables -¡sí, condenables!- que sean. En los lugares frecuentados por los anticuarios es bien conocido el nombre de Alijah Atwood; no digo más por modestia, pero cualquier persona que tenga interés en buscar referencias encontrará, en esos directorios dedicados a la información para anticuarios, más de un párrafo que trata de mí.
Vine a Providence, Rhode Island, en 1930, con la intención de visitarla brevemente y seguir luego hacia Nueva Orleans. Pero vi la casa Charriere en la calle Benefit, y me atrajo como sólo un anticuario puede ser atraído por una casa extraña y solitaria en una calle de Nueva Inglaterra, que no era de la misma época, una casa de cierta antigüedad, con un aura indescriptible que atraía y repelía al mismo tiempo.

Página 1 de 22


Paginas:


Compartir:




Diccionario: