La habitación cerrada (Howard Phillips Lovecraft y August Derleth) Libros Clásicos

Página 30 de 33

Quedaba su tía Sarah. ¿Cuál había sido su locura entonces? Luther Whateley no podía referirse a nadie más. Sólo quedaba Sarah. ¿Qué había hecho para que la encerraran hasta su muerte?
¿Y qué pretendía con aquella orden a Abner para que matara cualquier cosa en la parte del molino, cualquier cosa viva? No importa su pequeñez. No importa su forma... ¿Incluso algo tan pequeño e inofensivo como un pequeño sapo? ¿Una araña? ¿Una mosca? Luther Whateley escribía en forma de acertijos, cosa que resultaba bastante irritante para un hombre inteligente. ¿O tal vez pensaba su abuelo que Abner era un esclavo de la superstición científica? Hormigas, arañas, moscas, diversas clases de insectos, ciempiés, todos ellos plagaban la parte vieja del molino; e indudablemente, en sus paredes también había ratones. ¿Esperaba Luther Whateley que su nieto exterminase todos estos bichos?
Detrás de él, de repente, el cristal de la ventana se hizo añicos y cayó al suelo, junto con otro objeto. Abner se puso de pie y dio media vuelta. Fuera se oían unos pasos que se alejaban a ritmo de carrera.
Vio una piedra en el suelo, entre los cristales rotos. Había un trozo de papel atado alrededor con una cuerda. Abner lo cogió, rompió la cuerda y desplegó el papel.
Se presentó a sus ojos una tosca letra: «¡Lárgate antes de que te maten!» El papel provenía de la tienda, así como la cuerda que lo ataba a la piedra. Más que una amenaza era una bien intencionada advertencia. Y era claramente obra de Tobías Whateley, pensó Abner. La tiró con desprecio sobre la mesa.
Su cabeza era un auténtico revoltijo de pensamientos, pero llegó a la conclusión de que no era necesario huir precipitadamente. Se quedaría, no sólo para saber si sus sospechas acerca de Luke Lang eran ciertas -como si la evidencia del teléfono diese lugar a dudas-, sino también en un intento desesperado para descubrir la solución del acertijo que Luther Whateley había dejado tras de sí.
Apagó la luz y, a oscuras, se dirigió a su habitación; se echó en la cama sin desnudarse.
No podía dormir. Intentaba ordenar sus pensamientos, encontrar un sentido a este cúmulo de datos, aferrado a su convicción de que existía un dato básico, clave de todos los demás, y que tenía que encontrarlo porque lo tenía delante de sí -había sido incapaz hasta el momento de reconocerlo e interpretarlo

Página 30 de 33
 

Paginas:


Compartir:




Diccionario: