La lámpara de Alhazred (Howard Phillips Lovecraft y August Derleth) Libros Clásicos

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Y entonces sintió la inminencia de algún prodigio, que no podía describir ni llegar a comprender en su totalidad; era la intuición de algo maravilloso, de una liberación escondida en oscuras dimensiones. Presentía que, aunque raras veces y con muchas dificultades, aquellas dimensiones podían alcanzarse mediante ciertas perspectivas visuales, tales como la de una vieja calle vista a través de leguas de campo montañoso; o la de las balaustradas de unas terrazas enfocadas desde abajo, desde el mismo pie de la interminable escalera de mármol que conduce a ellas. Es cierto que Phillips soñaba con vivir en el siglo dieciocho, o incluso antes, cuando todavía había tiempo para el arte de la conversación y cuando el hombre podía vestirse con cierta elegancia sin ser observado con extrañeza por sus vecinos. Pero por muy intenso que fuera su deseo de volver a un tiempo en que el mundo era más joven y menos apurado, la falta de imaginación y las pocas ideas que reflejaban las líneas sobre las cuales estaba trabajando, sumadas a su propio cansancio, le hicieron sentirse incapaz de seguir con su tarea. Reconoció que no podía interesarse por estas líneas tan poco inspiradas; apartó el manuscrito y se inclinó hacia atrás para descansar.
Fue entonces cuando observó el súbito cambio que se había operado a su alrededor.
Las familiares paredes tapizadas de libros, salvo en los huecos de las ventanas -Phillips tenía la manía de taparlas con cortinas para que ninguna luz exterior, ya fuera la del sol, la de la luna, o la de las estrellas, invadiese su santuario- estaban extrañamente cambiadas. No era sólo la claridad difundida sobre ellas por la lámpara de Arabia lo que las había modificado, sino que la misma luz proyectaba contra las paredes objetos desconocidos para Phillips. Dondequiera que iluminara la lámpara, contra las paredes, sobre los tomos de los libros alineados en sus estantes, Phillips contemplaba unas escenas que ni los fondos más misteriosos de su imaginación hubiesen podido crear. En cambio, en todas las zonas oscuras, tales como la gran mancha de sombra que el respaldo de la silla de Phillips proyectaba sobre una parte de los estantes, no veía nada, nada más que la oscuridad de las sombras y en ellas la monotonía de los libros alineados.
Phillips permaneció sentado y, maravillado, contempló las escenas que se desarrollaban ante él. Luego quiso reaccionar y pensó que era víctima de una ilusión óptica.

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