Página 8 de 20
Tiene que ser ella. Al llegar me encontré la casa completamente limpia. Mira qué limpia está. Mi tío abuelo no debió decirle que no volviera y ella ha seguido viniendo. Recuerdo que de niño la vi una vez. Mi tío abuelo la hacia venir siempre de noche.
¡ Qué cosa más absolutamente cretina! Uriah Garrison murió en marzo, hace ya tres meses, y esa mujer tendría que ser idiota para no haberse enterado a estas alturas. ¿Quién le paga?
-¿Y yo qué sé? No te puedo contestar.
Además, tal como estaban las cosas, no me atreví a contar a Rhoda mi experiencia nocturna. Sólo pude asegurarle, sin mentir, que no había visto a mujer alguna en aquella casa desde una noche de mis primeros años en que sorprendí cascial y fugazmente a la que hacía la limpieza. -
-Recuerdo que a mi también me dio la misma impresión -dije- . Tenía una cara completamente inexpresiva.
- -Adam, eso pasó hace veinte años o más - -señaló Rhoda-.. No puede ser la misma mujer.
- No sé qué decirte. Sin embargo, imposible no es, supongo. Y diga lo que diga Mr. Saltonstall, tiene que tener llave de la casa. -
- Eso no tiene ningún sentido. Y tú prácticamente no has tenido tiempo de contratar a nadie desde que estás aquí.
-No he contratado a nadie.
-Lo creo. No moverías un dedo para limpiar aunque te estuvieras ahogando en polvo - se encogió de hombros- .Tendrás que averiguar quién es y poner punto final al asunto. No me gusta que la gente murmure, ya sabes.
Con este ánimo nos sentamos a desayunar. Yo sabia que Rhoda pretendía partir a continuación. Pero notaba que seguía preocupada. Habló muy poco mientras comía, respondiendo a mis comentarios con breves monosílabos, hasta que por fin estalló.
- ¡Pero, Adam! ¿Cómo es posible que no lo sientas?
- ¿Que no sienta qué?
- En esta casa hay algo que te busca, Adam. Yo lo noto. A quien busca la casa es a ti.
Tras mi estupefacción inicial, hice constar con toda frialdad que la casa era un objeto inanimado, que yo no sabía de ninguna otra criatura que viviera en ella sino de mí, salvo qué hubiera ratones y no me hubiera dado cuenta, y que una casa no puede querer ni dejar de querer nada ni a nadie.
No se quedó convencida. Al cabo de una hora, cuando ya estaba dispuesta para marcharse, dijo impulsivamente: