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Aquellos títulos no tenían significado para mí: De natura daemonum, de Anania; Quaestio de lamiis, de De Vignate; Fuga Satanae de Stampa... Jamás había oído hablar de ellos.
No cabía duda de que mi tío abuelo se había leído sus libros, porque los tenía llenos de señales, anotaciones y llamadas. No eran difíciles de leer, a pesar de su arcaica impresión, pero todos trataban de temas parecidos. Los que interesaban a mi tío abuelo no se limitaban a las prácticas habituales en la magia y la demonología, sino que denotaban una persistente fascinación por los succubi y por la retención de - la «esencia» de una existencia a otra, sin olvidar la reencarnación, los demonios familiares, las venganzas mediante brujería, los encantamientos y demás. -
Yo no tenía intención de estudiarme los libros. Pero me molesté en seguir el hilo de algunas de sus referencias bibliográficas sobre la «esencia» y de pronto me encontré saltando de un libro a otro en pos de una argumentación que se iniciaba en la definición de la «esencia», «alma» o «fuerza vital» .-según la llamaban en los distintos libros--, seguía luego por capítulos sobre transmigración y posesión y conducía por fin al modo de ocupar un cuerpo nuevo tras vaciarlo de su. fuerza vital interior y sustituírla por la esencia de uno: la clásica teoría a que se puede aferrar un anciano que está al borde de la muerte.
Todavía estaba enfrascado en los libros cuando llamó Rhoda desde Boston.
¡Boston! - exclamé, sorprendido---. No te has ido_ muy lejos.
--No -contestó-. Es que me puse a pensar en tu tío abuelo y me paré aquí, en la Biblioteca Widener, para echar una ojeada a algunos libros raros.
--¿De brujería? -pregunté al azar.
- Sí. Adam, creo que debes irte de esa casa.
-¿Y tirar a la basura una bonita herencia? Ni lo pienses.
- Por favor, no seas testarudo. He estado haciendo algunas averiguaciones. Ya sé que eres un cabezota, pero créeme -dijo con gran seriedad-----, tu tío no pensaba en nada bueno cuando dejó esa disposición en el testamento. Quiere que estés ahí por alguna razón. ¿Te encuentras bien, Adam?
----Perfectamente.
--¿Ha ocurrido algo?
Le conté en detalle lo que había ocurrido.
Me escuchó en silencio. Cuando terminé, repitió:
-Creo que debes marcharte, -Adam.
Me di cuenta de que estaba empezando a irritar su posesividad, el derecho que se atribuía a decirme lo que yo debía hacer o no, su convicción de saber mejor que yo lo que me convenía.