La sombra del desván (Howard Phillips Lovecraft y August Derleth) Libros Clásicos

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-- Me voy a quedar, Rhoda -contesté
-No te das cuenta, Adam. Esa sombra del desván. Por el agujero entró una cosa monstruosa y dejó esa sombra quemada ahí --dijo.
Me temo que solté una carcajada. -
--Siempre he sostenido que las mujeres no son animales racionales.
-Adam, esto no es cosa de mujeres u hombres. Estoy asustada.
--Vuelve -dije- Yo te protegeré.
Resignada, colgó el teléfono.


IV

Aquella noche resultó memorable por algo que, de momento, decidí considerar pura alucinación. Todo empezó, literalmente, con un paso en la escalera. Yo me había acostado hacía poco y agucé el oído por si lo volvía a oír. Luego me bajé de la cama, caminé a ciegas hasta la puerta y la abrí lo suficiente para mirar al exterior.
La mujer de la limpieza acababa de pasar por delante de mi puerta y se dirigía al piso de abajo. Retrocedí inmediatamente hacia el interior de mi cuarto, busqué a tientas mi bata, que estaba todavía en la maleta porque hasta entonces no había tenido ocasión de ponérmela, y salí de la habitación dispuesto a enfrentarme a la mujer durante su trabajo.
Fui bajando la escalera en silencio y a oscuras, aunque las tinieblas no eran totales, ya que por las ventanas penetraba del exterior cierta iridiscencia lunar. Apenas habla llegado a la mitad cuando volví a sentir aquella curiosa sensación, que ya había tenido antes, de ser vigilado.
Me di la vuelta.
Allí, detrás y por encima de mí, como en un pozo de resplandeciente tiniebla, flotaba la apariencia espectral del tío abuelo Uriah Garrison, más tenue que el aire. Durante un instante vi el rostro pesado y barbudo -ligeramente distorsionado por la claridad engañosa de la luna-, los ojos febriles, las greñas despeinadas, los altos pómulos y la piel tirante de las mejillas inconfundible. Pero al momento se desvaneció, como un globo pinchado por un alfiler, y se convirtió en una especie de culebrilla tenue o voluta espiral de alguna sustancia oscura que flotaba y se retorcía en el aire, escaleras abajo, hacia donde yo me encontraba. Por fin desapareció como un jirón de humo.
Permanecí helado de horror hasta que la razón volvió a recuperar el control de la mente. Me dije que acababa de sufrir una alucinación, lo cual no era de extrañar habida cuenta de que me había pasado el día dándole vueltas a mi tío abuelo y a sus extrañas aficiones.

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