La sombra del desván (Howard Phillips Lovecraft y August Derleth) Libros Clásicos

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De donde venía era un misterio.
Mientras yo seguía en la misma posición, volví a oírla. Sus pasos comenzaban a subir la escalera. Durante unos instantes creí que venía a mi habitación - como la noche anterior- y me sentí helado de terror. Pero pasó de largo y subió por la escalera que conducía al desván.
A medida que se apagaba el ruido de sus pasos me fue volviendo el valor y me atreví a abrir la puerta y mirar.
Todo estaba a oscuras. Pero no: en lo alto de la escalera, por debajo de la puerta del desván, se filtraba un resplandor azul.
Cuando empecé a subir las escaleras, observé que el resplandor azul disminuía en intensidad.
Cada vez más envalentonado, abrí enérgicamente la puerta.
No había señal alguna de la mujer. Pero allí al fondo, en el ángulo que formaban el techo y el suelo, la luz azul que había visto filtrándose por debajo de la puerta ¡desaparecía como si fuera agua por el agujero del ratón! Y las líneas pintadas a su alrededor resplandecían como con luz propia que se fue apagando mientras la observaba.
Encendí una cerilla y la mantuve alzada.
Las ropas que llevaba la mujer estaban, como antes, encima de la silla. Y la careta.
Avancé hasta la silla y toqué la máscara.
Estaba caliente.
La cerilla me quemó los dedos y se apagó.
Todo quedó negro como la pez. --Pero sentí que de la ratonera emanaba un poder que me arrastraba hacia ella. Era como una pulsación consciente y maligna, de tal intensidad que, si no huía inmediatamente de allí, me obligaría a ponerme de rodillas e intentar seguir a la luz azul. De nuevo la tierra pareció detener su giro, el tiempo dio como up bandazo y me envolvió una nube de espanto que me paralizó.
Permanecí en pie, como una estatua.
Entonces, de la ratonera empezó a emanar una espira de luz azul, como una voluta de humo luminoso flotando en la oscuridad, ramificándose, fundiéndose consigo misma, amenazando con invadir todo el desván. Esta visión rompió el hechizo que me tenía petrificado. Corrí agachado hasta la puerta y me precipité escaleras abajo hacia mi habitación, mirando atrás como si temiera que una cosa horrible se me fuera a abalanzar por la espalda.
Nada vi sino negrura, nada sino oscuridad.
Entré en mi dormitorio y me dejé caer vestido en la cama.

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