Hasta en los Mares (Howard Phillips Lovecraft y H. Barlow) Libros Clásicos

Página 5 de 9


Y los centenares disminuyeron aún más, hasta que la humanidad se redujo a unas decenas. Esas decenas se refugiaron junto a la menguante humedad de las cuevas y supieron que el fin estaba cerca. Tan pequeño era su radio de acción, que nadie había visto jamas las pequeñas fabulosas áreas de hielo cercanas a los polos del planeta... si es que éstas aún existían. incluso de haber sido así, y de haber sido conocidas por los hombres, nadie podría haberlas alcanzado a través de los formidables desiertos sin caminos. Y así el último y patético resto disminuia...
No puede describirse esa espantosa cadena de sucesos que despoblaron la Tierra entera, es demasiado tremendo para que nadie pueda pintarlos o abarcarlos. Del pueblo de las eras afortunadas de la Tierra, miles de millones de años atrás, sólo unos pocos profetas y locos pudieron haber concebido lo que iba a suceder; pudieron haber tenido visiones de las tierras silenciosas y muertas, y los lechos de los mares totalmente vacíos. El resto habría dudado... dudado tanto de la sombra de cambio sobre el planeta como de la sombra de sentencia sobre la especie. Ya que el hombre se ha considerado siempre como el amo inmortal de las cosas naturales...
Cuando hubo aliviado los estertores moribundos de la anciana, Ull lanzó una temerosa mirada a las deslumbrantes arenas. Ella había sido un ser espantoso, arrugado y deshidratado como una hoja marchita. Su rostro tenía el color de la enfermiza hierba amarilla que se agostaba bajo el viento ardiente, y era espantosamente vieja.’
Pero había sido una compañía, alguien con quien compartir vagos temores, con quien hablar de cosas increíbles; un camarada con el que compartir la esperanza de auxilio de esas otras silenciosas colonias más allá de las montañas. No podía creer que no viviera nadie en alguna otra parte, ya que Ull era joven y no tenía la certidumbre de la anciana.
Durante muchos años no había conocido a nadie más que la anciana: su nombre era Mladdna. Había llegado el día de su undécimo cumpleaños, cuando los cazadores salieron a buscar carne y no regresaron. Ull no tenía madre que pudiera recordar, y había pocas mujeres en el grupo. Cuando los hombres desaparecieron, aquellas tres mujeres, la joven y las dos viejas, habían gritado aterradas y gimoteado durante mucho tiempo. -Luego la joven había enloquecido, dándose muerte con un bastón afilado.

Página 5 de 9
 

Paginas:


Compartir:




Diccionario: