Hasta en los Mares (Howard Phillips Lovecraft y H. Barlow) Libros Clásicos

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Luego se desplomó sobre el suelo y lloró a mares, ya que sobre la mesa se apoyaba un reseco y antiguo esqueleto. Se levantó por fin, enloquecido por la sed, insoportablemente dolorido y sufriendo las mayores desilusiones que cualquier mortal pueda conocer. Era, pues, el último ser viviente sobre el globo. Él, el heredero de la Tierra... todas las tierras, y todas igualmente inútiles para él. Retrocedió tambaleándose, sin mirar a la borrosa figura blanca bajo el reflejo de la luz de la luna, y cruzó la puerta. Deambuló por el vacío poblado buscando agua e inspeccionando con tristeza aquel lugar vacío, tan espectralmente conservado por el aire inmóvil. Ahí había una morada, allá un rústico lugar para fabricar objetos... recipientes de arcilla que sólo contenían polvo y nada de líquido para mitigar su sed abrasadora.
Entonces, en el centro del pequeño poblado, Ull vio la boca de un pozo. Sabía qué era, ya que había oído cuentos sobre ello a Mladdna. Con mísera alegría, se tambaleó hacia adelante y se inclinó sobre la boca. Allí, por fin, estaba el final de su búsqueda. Agua -fangosa, estancada y escasa, pero agua- ante sus ojos.
Ull aulló con la voz de un animal torturado, tanteando en busca de cubo y cadena. Su mano resbaló en el fangoso borde y cayó sobre el pecho en el pretil. Durante un instante se mantuvo allí, luego, sin un sonido, su cuerpo se precipitó en el negro pozo.
Hubo un ligero chapuzón en la tenebrosa superficie cuando impactó contra una piedra sumergida, desprendida eones atrás de la masiva albardilla. La agitación del agua se sosegó progresivamente.
Así, por fin, la Tierra estuvo muerta. El último superviviente, digno de lástima, había perecido. Los incontables miles de millones, los lentos eones, los imperios y civilizaciones de la humanidad se resumían en aquella pobre forma retorcida... ¡y cuán titánico sinsentido fue todo! Ahora, en efecto, había llegado un final y clímax para todos los esfuerzos de la humanidad... ¡cuán monstruoso e increíble clímax a ojos de aquellos pobres necios complacientes de los días prósperos! Nunca más conocería el planeta el atronador hollar de millones de humanos... ni el reptar de los lagartos o el zumbido de insectos, ya que-ellos también se habían ido. Había llegado el reino de las ramas sin savia y de los interminables campos de marchita hierba. La Tierra, como su fría e imperturbable luna, se había sumido en el silencio y la oscuridad para siempre.

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