Página 5 de 28
Los pobres y decrépitos edificios - antiguamente moradas y ahora, en su mayoría, tiendas y almacenes-- eran realmente vetustos. Algunos de ellos tenían techos a dos aguas que parecían devolver a los tiempos de los Tudor, y un débil hedor miasmático pendía sobre toda la zona. Junto a la sucia construcción cuyos sótanos albergaban el museo, había un bajo soportal que daba paso a un oscuro callejón empedrado, y Jones sintió un vago deseo de encontrar el patio tras el taller y tranquilizar a su mente respecto del asunto del perro. El patio estaba en penumbra bajo la tardía luz del ocaso, cercado por paredes traseras, aún más feas e intangiblemente amenazadoras que las destartaladas fachadas de las malignas y antiguas casas: No había ningún perro a la vista, y Jones se preguntó cómo podrían las consecuencias de aquel frenético alboroto desvanecerse tan rápido.
A pesar de la afirmación del encargado sobre que no había ningún perro en el museo, Jones escrutó nerviosamente los tres ventanucos del taller del sótano: angostos rectángulos horizontales; cercanos al pavimento lleno de hierbas, con hoscos cristales que parecían tan repulsivos e indiferentes como los ojos de un pez muerto. A su izquierda, un gastado tramo de escalones guiaban a una gruesa y pesadamente aherrojada puerta. Algún impulso le llevó a agacharse sobre los húmedos adoquines resquebrajados y escudriñar, esperando que las gruesas cortinas verde, movidas mediante largas cuerdas que pendían de un nivel asequible, estuvieran bajadas. La superficie exterior estaba enturbiada por la suciedad, pero mientras las frotaba con su pañuelo vio que no había cortinas entorpeciendo la visión.
Tan oscuro estaba el interior del sótano que no había mucho que ver, pero el grotesco instrumental de trabajo amenazaba espectralmente a cada momento a Jones, según iba probando cada ventana. Al principio parecía evidente que no había nadie en el interior, pero cuando observó por la ventana de la derecha -la más cercana al corredor de entrada-, vio un resplandor en el extremo más alejado de la estancia que le hizo detenerse perplejo. No había ninguna razón para la presencia de esa luz. Era una zona interior de la estancia y no podía recordar luces de gas o eléctricas en ese lugar. Otra mirada delimitó el resplandor a un amplió rectángulo vertical, y un pensamiento brotó en su cabeza. En esa dirección, siempre se había percatado de la pesada puerta de planchas con el candado anormalmente grande; la puerta que nunca estaba abierta y sobre la que estaba crudamente trazado el odioso y críptico símbolo proveniente de los fragmentarios anales de prohibidas magias primordiales.